Página 141 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La destrucción de Sodoma
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podido escapar. La influencia del ejemplo de él la habría salvado del
pecado que selló su condenación. Pero la vacilación y la tardanza
de él la indujeron a ella a considerar livianamente la amonestación
divina. Mientras su cuerpo estaba en la llanura, su corazón se asía
de Sodoma, y con Sodoma pereció. Se rebeló contra Dios porque
sus juicios arrastraban a sus hijos y sus bienes a la ruina. Aunque
fué muy favorecida al ser llamada a que saliera de la ciudad impía,
creyó que se la trataba duramente, porque tenía que dejar para ser
destruídas las riquezas que habían acumulado con el trabajo de
muchos años. En vez de aceptar la salvación con gratitud, miró
hacia atrás presuntuosamente deseando la vida de los que habían
despreciado la advertencia divina. Su pecado mostró que no era
digna de la vida, por cuya conservación sentía tan poca gratitud.
Debiéramos guardarnos de tratar tan ligeramente las benignas
medidas que Dios toma para nuestra salvación. Hay cristianos que
dicen: “No me interesa ser salvo, si mi esposa y mis hijos no se
salvan conmigo.” Les parece que sin la presencia de los que les son
tan queridos, el cielo no sería el cielo para ellos. Pero, al albergar
tales sentimientos, ¿tienen un concepto justo de su propia relación
con Dios, en vista de su gran bondad y misericordia hacia ellos?
¿Han olvidado que están obligados por los lazos más fuertes del
amor, del honor y de la fidelidad a servir a su Creador y Salvador?
Las invitaciones de la misericordia se dirigen a todos; y porque
nuestros amigos rechazan el implorante amor del Salvador, ¿hemos
de apartarnos también nosotros? La redención del alma es preciosa.
Cristo pagó un precio infinito por nuestra salvación, y porque otros
la desechen, ninguna persona que aprecie el valor de este gran sa-
crificio, o el valor del alma, despreciará la misericordia de Dios. El
mismo hecho de que otros no reconozcan los justos requerimientos
de Dios debiera incitarnos a honrar al Creador con más diligencia,
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y a inducir a todos los que alcance nuestra influencia a aceptar su
amor.
“El sol salía sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar.” Los cla-
ros rayos matutinos parecían anunciar sólo prosperidad y paz a las
ciudades de la llanura. Empezó el ajetreo de la vida diaria por las
calles; los hombres iban por sus distintos caminos, a su negocio o a
los placeres del día. Los yernos de Lot se burlaban de los temores y
advertencias del caduco anciano.