Página 140 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Allí los dejaron los ángeles y se volvieron a Sodoma para cum-
plir su obra de destrucción. Otro, Aquel a quien había implorado
Abrahán, se acercó a Lot. En todas las ciudades de la llanura, no
se habían encontrado ni siquiera diez justos; pero en respuesta al
ruego del patriarca, el hombre que temía a Dios fué preservado de la
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destrucción. Con vehemencia aterradora se le dió el mandamiento:
“Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura;
escapa al monte, no sea que perezcas.” Cualquier tardanza o vacila-
ción sería ahora fatal. El retrasarse por echar una sola mirada a la
ciudad condenada, el detenerse un solo momento, sintiendo dejar
un hogar tan hermoso, les habría costado la vida. La tempestad del
juicio divino sólo esperaba que estos pobres fugitivos escapasen.
Pero Lot, confuso y aterrado, protestó que no podía hacer lo que
se le exigía, por temor a que le ocurriera algún mal que le causara
la muerte. Mientras vivía en aquella ciudad impía, en medio de la
incredulidad, su fe había disminuído. El Príncipe del cielo estaba a
su lado, y sin embargo rogaba por su vida como si el Dios que había
manifestado tanto cuidado y amor hacia él no estuviera dispuesto
a seguir protegiéndole. Debiera haber confiado plenamente en el
mensajero divino, poniendo su voluntad y su vida en las manos del
Señor, sin duda ni pregunta alguna. Pero como tantos otros, trató de
hacer planes por sí mismo: “He aquí ahora esta ciudad está cerca
para huir allá, la cual es pequeña; escaparé ahora allá, (¿no es ella
pequeña?) y vivirá mi alma.” La ciudad mencionada aquí era Bela,
que más tarde se llamó Zoar. Estaba a pocas millas de Sodoma, era
tan corrompida como ésta, y también condenada a la destrucción.
Pero Lot rogó que fuese conservada, insistiendo en que era poco lo
que pedía; y lo que deseaba le fué otorgado. El Señor le aseguró:
“He aquí he recibido también tu súplica sobre esto, y no destruiré
la ciudad de que has hablado.” ¡Cuánta es la misericordia de Dios
hacia sus extraviadas criaturas!
Otra vez se le dió la solemne orden de apresurarse, pues la
tempestad de fuego tardaría muy poco en llegar. Pero una de las
personas fugitivas se atrevió a mirar hacia atrás, hacia la ciudad
condenada, y se convirtió en monumento del juicio de Dios. Si
Lot mismo no hubiese vacilado en obedecer a la advertencia del
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ángel, y si hubiese huído con prontitud hacia las montañas, sin
una palabra de súplica ni de protesta, su esposa también habría