Página 139 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La destrucción de Sodoma
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Aquella última noche no se distinguió porque se cometieran ma-
yores pecados que en otras noches anteriores; pero la misericordia,
tanto tiempo despreciada, al fin cesó de interceder por ellos. Los
habitantes de Sodoma habían pasado los límites de la longanimidad
divina, “el límite oculto entre la paciencia de Dios y su ira.” Los
fuegos de su venganza estaban por encenderse en el valle de Sidim.
Los ángeles manifestaron a Lot el objeto de su misión: “Vamos
a destruir este lugar, por cuanto el clamor de ellos ha subido de
punto delante de Jehová; por tanto Jehová nos ha enviado para
destruirlo.” Los forasteros a quienes Lot había tratado de proteger,
le prometieron a su vez protegerlo a él y salvar también a todos los
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miembros de su familia que huyeran con él de la ciudad impía. La
turba ya cansada se había marchado, y Lot salió para avisar a sus
yernos. Repitió las palabras de los ángeles: “Levantaos, salid de
este lugar; porque Jehová va a destruir esta ciudad.” Pero a ellos les
pareció que Lot bromeaba. Se rieron de lo que llamaron sus temores
supersticiosos. Sus hijas se dejaron convencer por la influencia de
sus maridos. Se encontraban perfectamente bien donde estaban. No
podían ver señal alguna de peligro. Todo estaba exactamente como
antes. Tenían grandes haciendas, y no les parecía posible que la
hermosa Sodoma iba a ser destruída.
Lleno de dolor, regresó Lot a su casa, y contó su fracaso. En-
tonces los ángeles le mandaron levantarse, llevar a su esposa y a
sus dos hijas que estaban aún en la casa, y abandonar la ciudad.
Pero Lot se demoraba. Aunque diariamente se afligía al presenciar
actos de violencia, no tenía un verdadero concepto de la abominable
iniquidad y la depravación que se practicaban en esa vil ciudad. No
comprendía la terrible necesidad de que los juicios de Dios reprimie-
sen el pecado. Algunos de sus cercanos se aferraban a Sodoma, y
su esposa se negaba a marcharse sin ellos. A Lot le parecía insopor-
table la idea de dejar a los que más quería en la tierra. Le apenaba
abandonar su suntuosa morada y la riqueza adquirida con el trabajo
de toda su vida, para salir como un pobre peregrino. Aturdido por el
dolor, se demoraba, y no podía marcharse. Si no hubiese sido por
los ángeles de Dios, todos habrían perecido en la ruina de Sodoma.
Los mensajeros celestiales asieron de la mano a Lot y a su mujer y a
sus hijas, y los llevaron fuera de la ciudad.