Página 150 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
mujer dispuesta a dejar a su país y a unirse con él para conservar
puro el culto del Dios viviente.
Abrahán confió este importante asunto al servidor más anciano
de su casa, hombre piadoso y experimentado, de sano juicio, que
le había dado fiel y largo servicio. Hizo prestar a este servidor el
solemne juramento ante el Señor de que no tomaría para Isaac una
mujer cananea, sino que elegiría a una doncella de la familia de
Nacor, de Mesopotamia. Le ordenó que no llevara allá a Isaac. En
caso de que no se encontrase una doncella que quisiese dejar a
sus parientes, el mensajero quedaría absuelto de su juramento. El
patriarca le animó en su difícil y delicada empresa, asegurándole
que Dios coronaría su tarea con éxito. “Jehová, Dios de los cielos—
le dijo,—que me tomó de la casa de mi padre ... enviará su ángel
delante de ti.” Véase
Génesis 24
.
El mensajero se puso en camino sin demora. Llevó consigo
diez camellos para su acompañamiento y para la comitiva de la
novia que vendría con él. Se proveyó también de regalos para la
futura esposa y sus amistades, y emprendió el largo viaje allende
Damasco, por las llanuras que llegan hasta el gran río del este. Al
llegar a Harán, “la ciudad de Nacor,” se detuvo fuera de las murallas,
cerca del pozo donde al atardecer iban las mujeres de la ciudad
a sacar agua. Estos fueron para él momentos de grave reflexión.
La elección que hiciera tendría consecuencias importantes, no sólo
para la familia de su señor, sino también para las generaciones
venideras; y ¿cómo elegiría sabiamente entre gente completamente
desconocida? Acordándose de las palabras de Abrahán referentes a
que Dios enviaría su ángel con él, rogó a Dios con fervor para pedirle
que le dirigiera en forma positiva. En la familia de su amo estaba
acostumbrado a ver de continuo manifestaciones de amabilidad y
hospitalidad, y rogó ahora que un acto de cortesía le señalase la
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doncella que Dios había elegido.
Apenas hubo formulado su oración, le fué otorgada la respuesta.
Entre las mujeres que se habían reunido cerca del pozo, había una
cuyos modales corteses llamaron su atención. En el momento en
que ella dejaba el pozo, el forastero fué a su encuentro y le pidió
un poco de agua del cántaro que llevaba al hombro. Le fué conce-
dido amablemente lo que pedía, y se le ofreció sacar agua también
para los camellos, un servicio que hasta las hijas de los príncipes