Página 16 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Creador y acarrearía la ruina sobre sí mismo. Pero la amonestación,
hecha con misericordia y amor infinitos, solamente despertó un es-
píritu de resistencia. Lucifer permitió que su envidia hacia Cristo
prevaleciese, y se afirmó más en su rebelión.
El propósito de este príncipe de los ángeles llegó a ser disputar la
supremacía del Hijo de Dios, y así poner en tela de juicio la sabiduría
y el amor del Creador. A lograr este fin estaba por consagrar las
energías de aquella mente maestra, la cual, después de la de Cristo,
era la principal entre las huestes de Dios. Pero Aquel que quiso
que sus criaturas tuviesen libre albedrío, no dejó a ninguna de ellas
inadvertida en cuanto a los sofismas perturbadores con los cuales la
rebelión procuraría justificarse. Antes de que la gran controversia
principiase, debía presentarse claramente a todos la voluntad de
Aquel cuya sabiduría y bondad eran la fuente de todo su regocijo.
El Rey del universo convocó a las huestes celestiales a compare-
cer ante él, a fin de que en su presencia él pudiese manifestar cuál
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era el verdadero lugar que ocupaba su Hijo y manifestar cuál era
la relación que él tenía para con todos los seres creados. El Hijo
de Dios compartió el trono del Padre, y la gloria del Ser eterno,
que existía por sí mismo, cubrió a ambos. Alrededor del trono se
congregaron los santos ángeles, una vasta e innumerable muche-
dumbre, “millones de millones,” y los ángeles más elevados, como
ministros y súbditos, se regocijaron en la luz que de la presencia de
la Deidad caía sobre ellos. Ante los habitantes del cielo reunidos, el
Rey declaró que ninguno, excepto Cristo, el Hijo unigénito de Dios,
podía penetrar en la plenitud de sus designios y que a éste le estaba
encomendada la ejecución de los grandes propósitos de su voluntad.
El Hijo de Dios había ejecutado la voluntad del Padre en la creación
de todas las huestes del cielo, y a él, así como a Dios, debían ellas
tributar homenaje y lealtad. Cristo había de ejercer aún el poder
divino en la creación de la tierra y sus habitantes. Pero en todo esto
no buscaría poder o ensalzamiento para sí mismo, en contra del plan
de Dios, sino que exaltaría la gloria del Padre, y ejecutaría sus fines
de beneficencia y amor.
Los ángeles reconocieron gozosamente la supremacía de Cristo,
y postrándose ante él, le rindieron su amor y adoración. Lucifer se
postró con ellos, pero en su corazón se libraba un extraño y feroz
conflicto. La verdad, la justicia y la lealtad luchaban contra los celos