Página 15 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El origen del mal
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celestiales. Pero se produjo un cambio en ese estado de felicidad.
Hubo uno que pervirtió la libertad que Dios había otorgado a sus
criaturas. El pecado se originó en aquel que, después de Cristo, había
sido el más honrado por Dios y que era el más exaltado en poder y en
gloria entre los habitantes del cielo. Lucifer, el “hijo de la mañana,”
era el principal de los querubines cubridores, santo e inmaculado.
Estaba en la presencia del gran Creador, y los incesantes rayos de
gloria que envolvían al Dios eterno, caían sobre él. “Así ha dicho el
Señor Jehová: Tú echas el sello a la proporción, lleno de sabiduría, y
acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste: toda
piedra preciosa fué tu vestidura.... Tú, querubín grande, cubridor: y
yo te puse; en el santo monte de Dios estuviste; en medio de piedras
de fuego has andado. Perfecto eras en todos tus caminos desde el
día que fuiste criado, hasta que se halló en ti maldad.”
Ezequiel
28:12-15
.
Poco a poco Lucifer llegó a albergar el deseo de ensalzarse. Las
Escrituras dicen: “Enaltecióse tu corazón a causa de tu hermosura,
corrompiste tu sabiduría a causa de tu resplandor.”
Vers. 17
. “Tú que
decías en tu corazón: ... Junto a las estrellas de Dios ensalzaré mi
solio,... y seré semejante al Altísimo.”
Isaías 14:13, 14
. Aunque toda
su gloria procedía de Dios, este poderoso ángel llegó a considerarla
como perteneciente a sí mismo. Descontento con el puesto que
ocupaba, a pesar de ser el ángel que recibía más honores entre las
huestes celestiales, se aventuró a codiciar el homenaje que sólo debe
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darse al Creador. En vez de procurar el ensalzamiento de Dios como
supremo en el afecto y la lealtad de todos los seres creados, trató de
obtener para sí mismo el servicio y la lealtad de ellos. Y codiciando
la gloria con que el Padre infinito había investido a su Hijo, este
príncipe de los ángeles aspiraba al poder que sólo pertenecía a Cristo.
Ahora la perfecta armonía del cielo estaba quebrantada. La dis-
posición de Lucifer de servirse a sí mismo en vez de servir a su
Creador, despertó un sentimiento de honda aprensión cuando fué
observada por quienes consideraban que la gloria de Dios debía
ser suprema. Reunidos en concilio celestial, los ángeles rogaron a
Lucifer que desistiese de su intento. El Hijo de Dios presentó ante él
la grandeza, la bondad y la justicia del Creador, y también la natura-
leza sagrada e inmutable de su ley. Dios mismo había establecido
el orden del cielo, y, al separarse de él, Lucifer deshonraría a su