El regreso a Canaán
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en vano. Algunos de ellos fueron conmovidos de compasión, pero el
temor al ridículo los mantuvo callados. Todos tuvieron la impresión
de que habían ido demasiado lejos para retroceder. Si perdonaban
a José, éste los acusaría sin duda ante su padre, quien no pasaría
por alto la crueldad cometida con su hijo favorito. Endureciendo
sus corazones a las súplicas de José, le entregaron en manos de los
mercaderes paganos. La caravana continuó su camino y pronto se
perdió de vista.
Rubén volvió a la cisterna, pero José no estaba allí. Alarmado
y acusándose a sí mismo, desgarró sus vestidos y buscó a sus her-
manos, exclamando: “El mozo no parece; y yo, ¿adónde iré yo?”
Cuando supo la suerte de José, y que ya era imposible rescatarlo,
Rubén se vió obligado a unirse con los demás en la tentativa de
ocultar su culpa. Después de matar un cabrito, tiñeron con su sangre
la ropa de José, y la llevaron a su padre, diciéndole que la habían
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encontrado en el campo, y que temían que fuese de su hermano.
“Reconoce ahora—dijeron—si es o no la ropa de tu hijo.”
Con temor habían esperado esta escena, pero no estaban prepa-
rados para la angustia desgarradora, ni para el completo abandono
al dolor que tuvieron que presenciar. “La ropa de mi hijo es—dijo
Jacob;—alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado.”
Sus hijos trataron inútilmente de consolarlo. “Rasgó sus vestidos, y
puso saco sobre sus lomos, y enlutóse por su hijo muchos días.” El
tiempo no parecía aliviar su dolor. “Tengo de descender a mi hijo
enlutado hasta la sepultura,” era su grito desesperado.
Los jóvenes estaban aterrados por lo que habían hecho; y sin em-
bargo, espantados por los reproches que les haría su padre, seguían
ocultando en sus propios corazones el conocimiento de su culpa,
que aun a ellos mismos les parecía enorme.
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