Página 187 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

El regreso a Canaán
183
en vano. Algunos de ellos fueron conmovidos de compasión, pero el
temor al ridículo los mantuvo callados. Todos tuvieron la impresión
de que habían ido demasiado lejos para retroceder. Si perdonaban
a José, éste los acusaría sin duda ante su padre, quien no pasaría
por alto la crueldad cometida con su hijo favorito. Endureciendo
sus corazones a las súplicas de José, le entregaron en manos de los
mercaderes paganos. La caravana continuó su camino y pronto se
perdió de vista.
Rubén volvió a la cisterna, pero José no estaba allí. Alarmado
y acusándose a sí mismo, desgarró sus vestidos y buscó a sus her-
manos, exclamando: “El mozo no parece; y yo, ¿adónde iré yo?”
Cuando supo la suerte de José, y que ya era imposible rescatarlo,
Rubén se vió obligado a unirse con los demás en la tentativa de
ocultar su culpa. Después de matar un cabrito, tiñeron con su sangre
la ropa de José, y la llevaron a su padre, diciéndole que la habían
[213]
encontrado en el campo, y que temían que fuese de su hermano.
“Reconoce ahora—dijeron—si es o no la ropa de tu hijo.”
Con temor habían esperado esta escena, pero no estaban prepa-
rados para la angustia desgarradora, ni para el completo abandono
al dolor que tuvieron que presenciar. “La ropa de mi hijo es—dijo
Jacob;—alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado.”
Sus hijos trataron inútilmente de consolarlo. “Rasgó sus vestidos, y
puso saco sobre sus lomos, y enlutóse por su hijo muchos días.” El
tiempo no parecía aliviar su dolor. “Tengo de descender a mi hijo
enlutado hasta la sepultura,” era su grito desesperado.
Los jóvenes estaban aterrados por lo que habían hecho; y sin em-
bargo, espantados por los reproches que les haría su padre, seguían
ocultando en sus propios corazones el conocimiento de su culpa,
que aun a ellos mismos les parecía enorme.
[214]