Página 186 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Sus hermanos le vieron acercarse, pero ni el pensar en el largo
viaje que había hecho para visitarlos, ni el cansancio y el hambre
que traía, ni el derecho que tenía a la hospitalidad y a su amor
fraternal, aplacó la amargura de su odio. El ver su vestido, señal del
cariño de su padre, los puso frenéticos. “He aquí viene el soñador,”
exclamaron, burlándose de él. En ese momento fueron dominados
por la envidia y la venganza que habían fomentado secretamente
durante tanto tiempo. Y dijeron: “Ahora pues, venid, y matémoslo y
echémosle en una cisterna, y diremos: Alguna mala bestia le devoró:
y veremos qué serán sus sueños.”
Si no hubiese sido por Rubén, habrían realizado su intención.
Este retrocedió ante la idea de participar en el asesinato de su her-
mano, y propuso arrojarlo vivo a una cisterna y dejarlo allí para que
muriese, con la intención secreta de librarlo y devolverlo a su padre.
Después de haber persuadido a todos a que asintieran a su plan, Ru-
bén se alejó del grupo, temiendo no poder dominar sus sentimientos,
y descubrir su verdadera intención.
José se aproximó sin sospechar el peligro, contento de haberlos
hallado; pero en vez del esperado saludo, se vió objeto de miradas
iracundas y vengadoras que le aterraron. Le asieron y le quitaron sus
vestiduras. Los vituperios y las amenazas revelaban una intención
funesta. No atendieron a sus súplicas. Se encontró a merced del
poder de aquellos hombres encolerizados. Llevándolo brutalmente
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a una cisterna profunda, le echaron adentro; y después de haberse
asegurado de que no podría escapar, lo dejaron allí para que pereciese
de hambre, mientras que ellos “sentáronse a comer pan.”
Pero algunos de ellos estaban inquietos; no sentían la satisfacción
que habían esperado de su venganza. Pronto vieron acercarse una
compañía de viajeros. Eran ismaelitas procedentes del otro lado del
Jordán, que con especias y otras mercancías se dirigían a Egipto.
Entonces Judá propuso vender a su hermano a estos mercaderes
paganos, en vez de dejarlo allí para que muriera. Al obrar así, le
apartarían de su camino, y no se mancharían con su sangre; pues,
dijo Judá: “Nuestro hermano es nuestra carne.” Todos estuvieron de
acuerdo con este propósito y sacaron pronto a José de la cisterna.
Cuando vió a los mercaderes, José comprendió la terrible verdad.
Llegar a ser esclavo era una suerte más temible que la misma muerte.
En la agonía de su terror imploró a uno y a otro de sus hermanos, pero