Página 185 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El regreso a Canaán
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“¿Has de reinar tú sobre nosotros, o te has de enseñorear sobre
nosotros?” exclamaron sus hermanos llenos de envidiosa ira.
Poco después, tuvo otro sueño de semejante significado, que les
contó también: “He aquí que he soñado otro sueño, y he aquí que
el sol y la luna y once estrellas se inclinaban a mí.” Este sueño se
interpretó tan pronto como el primero. El padre que estaba presente,
le reprendió, diciendo: “¿Qué sueño es éste que soñaste? ¿Hemos de
venir yo y tu madre, y tus hermanos, a inclinarnos a ti a tierra?” No
obstante la aparente severidad de estas palabras, Jacob creyó que el
Señor estaba revelando el porvenir a José.
En aquel momento en que el joven estaba delante de ellos, ilu-
minado su hermoso semblante por el Espíritu de la inspiración, sus
hermanos no pudieron reprimir su admiración; pero no quisieron
dejar sus malos caminos, y sintieron odio hacia la pureza que repren-
día sus pecados. El mismo espíritu que animara a Caín, se encendió
en sus corazones.
Los hermanos estaban obligados a mudarse de un lugar a otro, a
fin de procurar pastos para sus ganados, y a veces quedaban ausen-
tes de casa durante meses. Después de los acontecimientos que se
acaban de narrar, se fueron al sitio que su padre había comprado en
Siquem. Pasó algún tiempo, sin noticia de ellos, y el padre empezó
a temer por su seguridad, a causa de la crueldad cometida antes con
los siquemitas. Mandó, pues, a José a buscarlos y a traerle noticias
respecto a su bienestar. Si Jacob hubiese conocido los verdaderos
sentimientos de sus hijos respecto a José, no le habría dejado solo
con ellos; pero éstos los habían ocultado cuidadosamente.
Con corazón regocijado José se despidió de su padre, y ni el
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anciano ni el joven soñaron lo que habría de suceder antes de que se
volviesen a ver. Cuando José, después de su largo y solitario viaje,
llegó a Siquem, sus hermanos y sus ganados no se encontraban allí.
Al preguntar por ellos, le dijeron que los buscase en Dotán. Ya había
viajado más de cincuenta millas
y todavía le quedaban quince más;
pero se apresuró, olvidando su cansancio, con el fin de mitigar la
ansiedad de su padre y encontrar a sus hermanos, a quienes amaba,
a pesar de que eran duros de corazón con él.
Una milla equivale a 1609 metros.