Página 184 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
sagrados. Los celos de las varias madres habían amargado la relación
familiar; los niños eran contenciosos y contrarios a la dirección, y la
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vida del padre fué nublada por la ansiedad y el dolor.
Sin embargo, hubo uno de carácter muy diferente; a saber, el
hijo mayor de Raquel, José, cuya rara hermosura personal no parecía
sino reflejar la hermosura de su espíritu y su corazón. Puro, activo y
alegre, el joven reveló también seriedad y firmeza moral. Escuchaba
las enseñanzas de su padre y se deleitaba en obedecer a Dios. Las
cualidades que le distinguieron más tarde en Egipto, la benignidad,
la fidelidad y la veracidad, aparecían ya en su vida diaria. Habiendo
muerto su madre, sus afectos se aferraron más estrechamente a su
padre, y el corazón de Jacob estaba ligado a este hijo de su vejez.
“Amaba ... a José más que a todos sus hijos.”
Pero hasta este cariño había de ser motivo de pena y dolor. Im-
prudentemente Jacob dejó ver su predilección por José, y esto motivó
los celos de sus demás hijos. Al ver José la mala conducta de sus
hermanos, se afligía mucho; se atrevió a reconvenirlos suavemente,
pero esto despertó tanto más el odio y el resentimiento de ellos. A
José le era insufrible verlos pecar contra Dios, y expuso la situación
a su padre, esperando que su autoridad los indujera a enmendarse.
Jacob procuró cuidadosamente no excitar la ira de sus hijos
mediante la dureza o la severidad. Con profunda emoción expresó su
ansiedad respecto a ellos, y les suplicó que honrasen sus canas y no
cubriesen de oprobio su nombre; y sobre todo, que no deshonrasen
a Dios, menospreciando sus preceptos. Avergonzados de que se
conociera su maldad, los jóvenes parecieron arrepentidos; pero sólo
ocultaron sus verdaderos sentimientos, que se exacerbaron por esta
revelación de su pecado.
El imprudente regalo que Jacob hizo a José de una costosa túnica
como la que usaban las personas de distinción, les pareció otra
prueba de parcialidad, y suscitó la sospecha de que pensaba preterir
a los mayores para dar la primogenitura al hijo de Raquel.
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Su malicia aumentó aun más cuando el joven les contó un día
un sueño que había tenido. “He aquí que atábamos manojos en
medio del campo—dijo,—y he aquí mi manojo se levantaba, y estaba
derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor, y se inclinaban
al mío.