Página 191 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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José en Egipto
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en el día final, temeríamos pecar. Recuerden siempre los jóvenes
que dondequiera que estén, y no importa lo que hagan, están en la
presencia de Dios. Ninguna parte de nuestra conducta escapa a su
observación. No podemos esconder nuestros caminos al Altísimo.
Las leyes humanas, aunque algunas veces son severas, a menudo se
violan sin que tal cosa se descubra; y por lo tanto, las transgresiones
quedan sin castigo. Pero no sucede así con la ley de Dios. La más
profunda medianoche no es cortina para el culpable. Puede creer que
está solo; pero para cada acto hay un testigo invisible. Los motivos
mismos del corazón están abiertos a la divina inspección. Todo
acto, toda palabra, todo pensamiento están tan exactamente anotados
como si hubiera una sola persona en todo el mundo, y como si la
atención del Cielo estuviera concentrada sobre ella.
José sufrió por su integridad; pues su tentadora se vengó acusán-
dolo de un crimen abominable, y haciéndole encerrar en una cárcel.
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Si Potifar hubiese creído la acusación de su esposa contra José, el
joven hebreo habría perdido la vida; pero la modestia y la integridad
que uniformemente habían caracterizado su conducta fueron prueba
de su inocencia; y sin embargo, para salvar la reputación de la casa
de su amo, se le abandonó al deshonor y a la servidumbre.
Al principio, José fué tratado con gran severidad por sus carcele-
ros. El salmista dice: “Afligieron sus pies con grillos; en hierro fué
puesta su persona. Hasta la hora que llegó su palabra, el dicho de
Jehová le probó.”
Salmos 105:18
. Pero el verdadero carácter de José
resplandeció, aun en la obscuridad del calabozo. Mantuvo firmes su
fe y su paciencia; los años de su fiel servicio habían sido compensa-
dos de la manera más cruel; no obstante, esto no le volvió sombrío
ni desconfiado. Tenía la paz que emana de una inocencia consciente,
y confió su caso a Dios. No caviló en los perjuicios que sufría, sino
que olvidó sus penas y trató de aliviar las de los demás. Encontró
una obra que hacer, aun en la prisión. Dios le estaba preparando
en la escuela de la aflicción, para que fuera de mayor utilidad, y
no rehusó someterse a la disciplina que necesitaba. En la cárcel,
presenciando los resultados de la opresión y la tiranía, y los efectos
del crimen, aprendió lecciones de justicia, simpatía y misericordia
que le prepararon para ejercer el poder con sabiduría y compasión.
Poco a poco José ganó la confianza del carcelero, y se le confió
por fin el cuidado de todos los presos. Fué la obra que ejecutó en