Página 217 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Moisés
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pueblo, decidieron que el niño no fuera sacrificado. La fe en Dios
fortaleció sus corazones, y “no temieron el mandamiento del rey.”
La madre logró ocultar al niño durante tres meses. Entonces
viendo que ya no podía esconderlo con seguridad, preparó una ar-
quilla de juncos, la impermeabilizó con pez y betún, y colocando
al niño en ella, la depositó en un carrizal de la orilla del río. No
se atrevió a permanecer allí para cuidarla ella misma, por temor a
que se perdiera tanto la vida del niño como la suya, pero María, la
hermana del niño, quedó allí cerca, aparentando indiferencia, pero
vigilando ansiosamente para ver qué sería de su hermanito. Y había
otros observadores. Las fervorosas oraciones de la madre habían
confiado a su hijo al cuidado de Dios; e invisibles ángeles vigilaban
la humilde cuna. Ellos dirigieron a la hija de Faraón hacia aquel
sitio. La arquilla llamó su atención, y cuando vió al hermoso niño
una sola mirada le bastó para leer su historia. Las lágrimas del pe-
queño despertaron su compasión, y sus simpatías se conmovieron al
pensar en la madre desconocida que había apelado a este medio para
preservar la vida de su precioso hijo. Decidió salvarlo adoptándole
como hijo suyo.
María había estado observando secretamente todos los movi-
mientos; así que viendo que trataban al niño tiernamente, se aventuró
a acercarse y por último preguntó a la princesa: “¿Iré a llamarte un
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ama de las Hebreas, para que te críe este niño?” Se le autorizó a que
lo hiciera.
La hermana se apresuró a llevar a su madre la feliz noticia, y
sin tardanza se presentó con ella ante la hija de Faraón. “Lleva este
niño, y críamelo, y yo te lo pagaré,” dijo la princesa.
Dios había oído las oraciones de la madre; su fe fué premiada.
Con profunda gratitud emprendió su tarea, que ahora no entrañaba
peligro. Aprovechó fielmente la oportunidad de educar a su hijo
para Dios. Estaba segura de que había sido preservado para una gran
obra, y sabía que pronto debería entregarlo a su madre adoptiva, y
se vería rodeado de influencias que tenderían a apartarlo de Dios.
Todo esto la hizo más diligente y cuidadosa en su instrucción que
en la de sus otros hijos. Trató de inculcarle la reverencia a Dios y
el amor a la verdad y a la justicia, y oró fervorosamente que fuese
preservado de toda influencia corruptora. Le mostró la insensatez
y el pecado de la idolatría, y desde muy temprana edad le enseñó a