Página 216 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
llenóse la tierra de ellos.” Gracias al cuidado protector de José y al
favor del rey que gobernaba en aquel entonces, se habían diseminado
rápidamente por el país. Pero se habían mantenido como una raza
distinta, sin tener nada en común con los egipcios en sus costumbres
o en su religión; y su número creciente excitaba el recelo del rey
y su pueblo, pues temían que en caso de guerra se uniesen con los
enemigos de Egipto. Sin embargo, las leyes prohibían que fueran
expulsados del país. Muchos de ellos eran obreros capacitados y
entendidos, y contribuían grandemente a la riqueza de la nación; el
rey los necesitaba para la construcción de sus magníficos palacios y
templos. Por lo tanto, los equiparó con los egipcios que se habían
vendido con sus posesiones al reino. Poco después puso sobre ellos
“comisarios de tributos” y completó su esclavitud. “Y los Egipcios
hicieron servir a los hijos de Israel con dureza: y amargaron su vida
con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del
campo, y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigorismo.”
“Empero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y
crecían.”
El rey y sus consejeros habían esperado someter a los israelitas
mediante trabajos arduos, y de esa manera disminuir su número y
sofocar su espíritu independiente. Al fracasar en el logro de sus
propósitos, usaron medidas mucho más crueles. Se ordenó a las
mujeres cuya profesión les daba la oportunidad de hacerlo, que
dieran muerte a los niños varones hebreos en el momento de nacer.
Satanás fué el instigador de este plan. Sabía que entre los israelitas
había de levantarse un libertador; y al inducir al rey a destruir a
los niños varones, esperaba derrotar el propósito divino. Pero esas
mujeres temían a Dios, y no osaron cumplir tan cruel mandato. El
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Señor aprobó su conducta, y las hizo prosperar. El rey, disgustado
por el fracaso de su propósito, dió a la orden un carácter más urgente
y general. Pidió a toda la nación que buscara y diera muerte a sus
víctimas desamparadas. “Entonces Faraón mandó a todo su pueblo,
diciendo: Echad en el río todo hijo que naciere, y a toda hija reservad
la vida.”
Mientras este decreto estaba en vigencia, les nació un hijo a
Amrán y Jocabed, israelitas devotos de la tribu de Leví. El niño era
hermoso, y los padres, creyendo que el tiempo de la liberación de
Israel se acercaba y que Dios iba a suscitar un libertador para su