Página 224 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
ver esa maravillosa escena, cuando una voz procedente de las llamas
le llamó por su nombre. Con labios trémulos contestó: “Heme aquí.”
Se le amonestó a no acercarse irreverentemente: “Quita tus zapatos
de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.... Yo soy
el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob.”
Era el que, como Angel del pacto, se había revelado a los padres
en épocas pasadas. “Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo
miedo de mirar a Dios.”
La humildad y la reverencia deben caracterizar el comporta-
miento de todos los que se allegan a la presencia de Dios. En el
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nombre de Jesús podemos acercarnos a él con confianza, pero no
debemos hacerlo con la osadía de la presunción, como si el Señor
estuviese al mismo nivel que nosotros. Algunos se dirigen al Dios
grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible, como
si se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se comportan
en la casa de Dios como no se atreverían a hacerlo en la sala de
audiencias de un soberano terrenal. Los tales debieran recordar que
están ante la vista de Aquel a quien los serafines adoran, y ante
quien los ángeles cubren su rostro. A Dios se le debe reverenciar
grandemente; todo el que verdaderamente reconozca su presencia se
inclinará humildemente ante él, y como Jacob cuando contempló la
visión de Dios, exclamará: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra
cosa que casa de Dios, y puerta del cielo.”
Génesis 28:17
.
Mientras Moisés esperaba ante Dios con reverente temor, las
palabras continuaron: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que
está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues
tengo conocidas sus angustias: y he descendido para librarlos de
mano de los Egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena
y ancha, a tierra que fluye leche y miel.... Ven por tanto ahora, y
enviarte he a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel,
de Egipto.”
Sorprendido y asustado por este mandato, Moisés retrocedió
diciendo: “¿Quién soy yo, para que vaya a Faraón, y saque de Egipto
a los hijos de Israel?” La contestación fué: “Yo seré contigo; y esto
te será por señal de que yo te he enviado: luego que hubieres sacado
este pueblo de Egipto, serviréis a Dios sobre este monte.”
Moisés pensó en las dificultades que habría de encontrar, en la
ceguedad, la ignorancia y la incredulidad de su pueblo, entre el cual