Página 257 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El éxodo
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al Señor con nuestro corazón, nuestra alma, y nuestra voz por “sus
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maravillas para con los hijos de los hombres.”
Salmos 107:8
. Los
que meditan en las grandes misericordias de Dios, y no olvidan sus
dones menores, se llenan de felicidad y cantan en sus corazones al
Señor. Las bendiciones diarias que recibimos de la mano de Dios,
y sobre todo, la muerte de Jesús para poner la felicidad y el cielo a
nuestro alcance, debieran ser objeto de constante gratitud.
¡Qué compasión, qué amor sin par, nos ha manifestado Dios a
nosotros, perdidos pecadores, al unirnos a él, para que seamos su
tesoro especial! ¡Qué sacrificio ha hecho nuestro Redentor para que
podamos ser llamados hijos de Dios! Debiéramos alabar a Dios por
la bendita esperanza que nos ofrece en el gran plan de redención; de-
biéramos alabarle por la herencia celestial y por sus ricas promesas;
debiéramos alabarle porque Jesús vive para interceder por nosotros.
“El que sacrifica alabanza me honrará” (
Salmos 50:23
), dice el
Señor. Todos los habitantes del cielo se unen para alabar a Dios.
Aprendamos el canto de los ángeles ahora, para que podamos can-
tarlo cuando nos unamos a sus huestes resplandecientes. Digamos
con el salmista: “Alabaré a Jehová en mi vida: cantaré salmos a mi
Dios mientras viviere.” “Alábente los pueblos, oh Dios: todos los
pueblos te alaben.”
Salmos 146:2; 67:5
.
En su providencia Dios mandó a los hebreos que se detuvie-
ran frente a la montaña junto al mar, a fin de manifestar su poder
al liberarlos y humillar señaladamente el orgullo de sus opresores.
Hubiera podido salvarlos de cualquier otra forma, pero escogió este
procedimiento para acrisolar la fe del pueblo y fortalecer su confian-
za en él. El pueblo estaba cansado y atemorizado; sin embargo, si
hubieran retrocedido cuando Moisés les ordenó avanzar, Dios no
les habría abierto el camino. Fué por la fe cómo “pasaron el mar
Bermejo como por tierra seca.”
Hebreos 11:29
. Al avanzar hasta el
agua misma, demostraron creer la palabra de Dios dicha por Moisés.
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Hicieron todo lo que estaba a su alcance, y entonces el Poderoso de
Israel dividió la mar para abrir sendero para sus pies.
En esto se enseña una gran lección para todos los tiempos. A
menudo la vida cristiana está acosada de peligros, y se hace difícil
cumplir el deber. La imaginación concibe la ruina inminente delan-
te, y la esclavitud o la muerte detrás. No obstante, la voz de Dios
dice claramente: “Avanza.” Debemos obedecer este mandato aunque