Página 259 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Capítulo 26—Del Mar Rojo al Sinaí
Este capítulo está basado en Éxodo 15:22; 16 y 18.
Desde el mar Rojo, las huestes de Israel reanudaron la marcha
guiadas otra vez por la columna de nube. El panorama que los
rodeaba era de lo más lúgubre: estériles y desoladas montañas,
áridas llanuras, y el mar que se extendía a lo lejos, con sus riberas
cubiertas de los cuerpos de sus enemigos. No obstante, estaban
llenos de regocijo porque se sabían libres, y todo pensamiento de
descontento se había acallado.
Pero durante tres días de marcha no pudieron encontrar agua.
La provisión que habían traído estaba agotada. No había nada que
apagara la sed abrasadora mientras avanzaban lenta y penosamente
a través de las llanuras calcinadas por el sol. Moisés, que conocía
esa región, sabía lo que los demás ignoraban, que en Mara, el lugar
más cercano donde hallarían fuentes, el agua no era apta para beber.
Con gran ansiedad observaba la nube guiadora. Con el corazón
desfalleciente oyó el regocijado grito: “¡Agua, agua!” que resonaba
por todas las filas. Los hombres, las mujeres y los niños con alegre
prisa se agolparon alrededor de la fuente, cuando, he aquí, un grito
de angustia salió de la hueste. El agua era amarga.
En su horror y desesperación reprocharon a Moisés por haberlos
dirigido por ese camino, sin recordar que la divina presencia, me-
diante aquella misteriosa nube, era quien los había estado guiando
tanto a él como a ellos mismos. En su tristeza por la desesperación
del pueblo, Moisés hizo lo que ellos se habían olvidado de hacer;
imploró fervorosamente la ayuda de Dios. “Y Jehová le mostró un
árbol, el cual metídolo que hubo dentro de las aguas, las aguas se
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endulzaron.”
Éxodo 15:25
. Allí se le prometió a Israel por medio de
Moisés: “Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres
lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y
guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié
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