Página 260 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
a los Egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu Sanador.”
Vers. 26
.
De Mara el pueblo se encaminó hacia Elim, “donde había doce
fuentes de aguas, y setenta palmas.”
Vers. 27
. Allí permanecieron
varios días antes de internarse en el desierto de Sin. Cuando hacía
un mes que estaban ausentes de Egipto, establecieron su primer
campamento en el desierto. Sus provisiones alimenticias se estaban
agotando. Había escasez de hierba en el desierto, y sus rebaños
comenzaban a disminuir. ¿Cómo podía suministrarse alimento a
esta enorme multitud? Las dudas se apoderaron de sus corazones,
y otra vez murmuraron. Hasta los jefes y ancianos del pueblo se
unieron para quejarse contra los caudillos señalados por Dios: “Ojalá
hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto,
cuando nos sentábamos a las ollas de las carnes, cuando comíamos
pan en hartura; pues nos habéis sacado a este desierto, para matar
de hambre a toda esta multitud.”
Véase Exodo 16-18
.
Hasta entonces no habían sufrido de hambre; sus necesidades
habían sido suplidas, pero temían por el futuro. No podían concebir
cómo esta enorme multitud podría subsistir en su viaje por el de-
sierto, y en su imaginación veían a sus hijos muriendo de hambre.
El Señor permitió que se vieran cercados de dificultades, y que sus
provisiones alimenticias disminuyeran, para que sus corazones se
dirigieran hacia el que hasta entonces había sido su Libertador. Si en
su necesidad clamaban a él, todavía les otorgaría señales manifiestas
de su amor y cuidado. Les había prometido que si obedecían sus
mandamientos, ninguna enfermedad los afligiría, y fué una pecami-
nosa incredulidad el suponer que ellos o sus hijos pudiesen morir de
hambre.
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El Señor les había prometido ser su Dios, hacerlos su pueblo, y
guiarlos a una tierra grande y buena; pero siempre estaban dispuestos
a desmayar ante cada obstáculo que encontraban en su marcha
hacia aquel lugar. De manera maravillosa los había librado de su
esclavitud de Egipto, para elevarlos y ennoblecerlos, y hacerlos
objeto de alabanza en la tierra. Pero era necesario que ellos hicieran
frente a dificultades y que soportaran privaciones.
Dios estaba elevándolos del estado de degradación, y prepa-
rándolos para ocupar un puesto honorable en el concierto de las
naciones, a fin de encomendarles importantes cometidos sagrados.