Página 269 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Del Mar Rojo al Sinaí
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sacrificios y celebrar una fiesta solemne en conmemoración de la
misericordia de Dios.
Durante su estada en el campamento, Jetro vió lo pesadas que
eran las cargas que recaían sobre Moisés. Era una tarea tremenda
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la de mantener el orden y la disciplina entre aquella vasta multitud
ignorante y sin experiencia. Moisés era su jefe y legislador reconoci-
do, y atendía no sólo a los intereses y deberes generales del pueblo,
sino también a las disputas que surgían entre ellos. Había estado
haciéndolo porque le daba la oportunidad de instruirlos; o de decla-
rarles, como dijo, “las ordenanzas de Dios y sus leyes.” Pero Jetro
objetó diciendo: “Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo
que está contigo; porque el negocio es demasiado pesado para ti;
no podrás hacerlo tú solo.” Y aconsejó a Moisés que constituyera a
personas capacitadas como “caporales sobre mil, sobre ciento, sobre
cincuenta y sobre diez.” Debían ser “varones de virtud, temerosos
de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia.” Habrían
de juzgar los asuntos de menor importancia, mientras que los casos
más difíciles e importantes continuarían trayéndose a Moisés, quien
iba a estar por el pueblo, “delante de Dios, y—dijo Jetro—somete tú
los negocios a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y
muéstrales el camino por donde anden, y lo que han de hacer.” Este
consejo fué aceptado, y no sólo alivió a Moisés, sino que también
estableció mejor orden entre el pueblo.
El Señor había honrado grandemente a Moisés, y había hecho
maravillas por su mano; pero el hecho de que había sido escogido
para instruir a otros, no le indujo a creer que él mismo no necesitaba
instrucción. El escogido caudillo de Israel escuchó de buena gana
las amonestaciones del piadoso sacerdote de Madián, y adoptó su
plan como una sabia disposición.
De Refidín, el pueblo continuó su viaje, siguiendo el movimiento
de la columna de nube. Su itinerario los había conducido a través
de estériles llanuras, escarpadas pendientes y desfiladeros rocosos.
A menudo mientras atravesaban los arenosos desiertos, habían di-
visado ante ellos, como enormes baluartes, montes escabrosos que,
levantándose directamente frente a su camino, parecían impedirles
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el paso. Pero cuando se acercaban, aparecían salidas aquí y allá en
la muralla de la montaña, y otra llanura se presentaba ante su vista.
Por uno de estos profundos y arenosos pasos iban ahora. Era una