Página 272 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
hoy y mañana, y laven sus vestidos; y estén apercibidos para el día
tercero, porque al tercer día Jehová descenderá, a ojos de todo el
pueblo, sobre el monte de Sinaí.” Durante esos días, todos debían
dedicar su tiempo a prepararse solemnemente para aparecer ante
Dios. Sus personas y sus ropas debían estar libres de toda impureza.
Y cuando Moisés les señalara sus pecados, ellos debían humillarse,
ayunar y orar, para que sus corazones pudieran ser limpiados de
iniquidad.
Se hicieron los preparativos conforme al mandato; y obedecien-
do otra orden posterior, Moisés mandó colocar una barrera alrededor
del monte, para que ni las personas ni las bestias entraran al sagrado
recinto. Quien se atreviera siquiera a tocarlo, moriría instantánea-
mente.
A la mañana del tercer día, cuando los ojos de todo el pueblo
estaban vueltos hacia el monte, la cúspide se cubrió de una espesa
nube, que se fué tornando más negra y más densa, y descendió has-
ta que toda la montaña quedó envuelta en tinieblas y en pavoroso
misterio. Entonces se escuchó un sonido como de trompeta, que
llamaba al pueblo a encontrarse con Dios; y Moisés los condujo
hasta el pie del monte. De la espesa obscuridad surgían vívidos re-
lámpagos, mientras el fragor de los truenos retumbaba en las alturas
circundantes. “Y todo el monte de Sinaí humeaba, porque Jehová
había descendido sobre él en fuego: y el humo de él subía como el
humo de un horno, y todo el monte se estremeció en gran manera.”
“Y el parecer de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en
la cumbre del monte,” ante los ojos de la multitud allí congregada.
“Y el sonido de la bocina iba esforzándose en extremo.” Tan terribles
eran las señales de la presencia de Jehová que las huestes de Israel
temblaron de miedo, y cayeron sobre sus rostros ante el Señor. Aun
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Moisés exclamó: “Estoy asombrado y temblando.”
Hebreos 12:21
.
Entonces los truenos cesaron; ya no se oyó la trompeta; y la
tierra quedó quieta. Hubo un plazo de solemne silencio y entonces
se oyó la voz de Dios. Rodeado de un séquito de ángeles, el Señor,
envuelto en espesa obscuridad, habló desde el monte y dió a conocer
su ley. Moisés, al describir la escena, dice: “Jehová vino de Sinaí, y
de Seir les esclareció; resplandeció del monte de Parán, y vino con
diez mil santos: a su diestra la ley de fuego para ellos. Aun amó los