Página 278 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
El que, obedeciendo a la ley de Dios, se abstiene de abrigar hasta el
deseo pecaminoso de poseer lo que pertenece a otro, no será culpable
de un mal acto contra sus semejantes.
Tales fueron los sagrados preceptos del Decálogo, pronunciados
entre truenos y llamas, y en medio de un despliegue maravilloso
del poder y de la majestad del gran Legislador. Dios acompañó la
proclamación de su ley con manifestaciones de su poder y su gloria,
para que su pueblo no olvidara nunca la escena, y para que abrigara
profunda veneración hacia el Autor de la ley, Creador de los cielos y
de la tierra. También quería revelar a todos los hombres la santidad,
la importancia y la perpetuidad de su ley.
El pueblo de Israel estaba anonadado de terror. El inmenso poder
de las declaraciones de Dios parecía superior a lo que sus tembloro-
sos corazones podían soportar. Cuando se les presentó la gran norma
de la justicia divina, comprendieron como nunca antes el carácter
ofensivo del pecado y de su propia culpabilidad ante los ojos de un
Dios santo. Huyeron del monte con miedo y santo respeto. La multi-
tud clamó a Moisés: “Habla tú con nosotros, que nosotros oiremos;
mas no hable Dios con nosotros, porque no muramos.” Su caudillo
respondió: “No temáis; que por probaros vino Dios, y porque su
temor esté en vuestra presencia para que no pequéis.” El pueblo,
sin embargo, permaneció a la distancia, presenciando la escena con
terror, mientras Moisés “se llegó a la oscuridad, en la cual estaba
Dios.”
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La mente del pueblo, cegada y envilecida por la servidumbre
y el paganismo, no estaba preparada para apreciar plenamente los
abarcantes principios de los diez preceptos de Dios. Para que las
obligaciones del Decálogo pudieran ser mejor comprendidas y eje-
cutadas, se añadieron otros preceptos, que ilustraban y aplicaban
los principios de los diez mandamientos. Estas leyes se llamaron
“derechos,” porque fueron trazadas con infinita sabiduría y equidad,
y porque los magistrados habían de juzgar según ellas. A diferencia
de los diez mandamientos, estos “derechos” fueron dados en privado
a Moisés, quien había de comunicarlos al pueblo.
La primera de estas leyes se refería a los siervos. En los tiempos
antiguos algunas veces los criminales eran vendidos como esclavos
por los jueces; en algunos casos los deudores eran vendidos por sus
acreedores; y la pobreza obligaba a algunas personas a venderse a