Página 277 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La ley dada a Israel
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violaciones del sexto mandamiento.
“No fornicarás.”
Este mandamiento no sólo prohibe las acciones impuras, sino
también los pensamientos y los deseos sensuales, y toda práctica
que tienda a excitarlos. Exige pureza no sólo de la vida exterior, sino
también en las intenciones secretas y en las emociones del corazón.
Cristo, al enseñar cuán abarcante es la obligación de guardar la
ley de Dios, declaró que los malos pensamientos y las miradas
concupiscentes son tan ciertamente pecados como el acto ilícito.
“No hurtarás.”
Esta prohibición incluye tanto los pecados públicos como los
privados. El octavo mandamiento condena el robo de hombres y
el tráfico de esclavos, y prohibe las guerras de conquista. Condena
el hurto y el robo. Exige estricta integridad en los más mínimos
pormenores de los asuntos de la vida. Prohibe la excesiva ganancia
en el comercio, y requiere el pago de las deudas y de salarios justos.
Implica que toda tentativa de sacar provecho de la ignorancia, de-
bilidad, o desgracia de los demás, se anota como un fraude en los
registros del cielo.
“No levantarás falso testimonio contra tu prójimo.”
La mentira acerca de cualquier asunto, todo intento o propósito
de engañar a nuestro prójimo, están incluídos en este mandamien-
to. La falsedad consiste en la intención de engañar. Mediante una
mirada, un ademán, una expresión del semblante, se puede mentir
tan eficazmente como si se usaran palabras. Toda exageración in-
tencionada, toda insinuación o palabras indirectas dichas con el fin
de producir un concepto erróneo o exagerado, hasta la exposición
de los hechos de manera que den una idea equivocada, todo esto es
mentir. Este precepto prohibe todo intento de dañar la reputación de
nuestros semejantes por medio de tergiversaciones o suposiciones
malintencionadas, mediante calumnias o chismes. Hasta la supresión
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intencional de la verdad, hecha con el fin de perjudicar a otros, es
una violación del noveno mandamiento.
“No codiciarás la casa de tu prójimo: ni desearás su mujer, ni
esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le
pertenecen.”
El décimo mandamiento ataca la raíz misma de todos los peca-
dos, al prohibir el deseo egoísta, del cual nace el acto pecaminoso.