Página 276 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
No acaba aquí la prohibición. “Ni hablando tus palabras,” dice el
profeta.
Los que durante el sábado hablan de negocios o hacen proyectos,
son considerados por Dios como si realmente realizaran transaccio-
nes comerciales. Para santificar el sábado, no debiéramos siquiera
permitir que nuestros pensamientos se detengan en cosas de carácter
mundanal. Y el mandamiento incluye a todos los que están dentro de
nuestras puertas. Los habitantes de la casa deben dejar sus negocios
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terrenales durante las horas sagradas. Todos debieran estar unidos
para honrar a Dios y servirle voluntariamente en su santo día.
“Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas largos años sobre
la tierra que te ha de dar el Señor Dios tuyo.”
Se debe a los padres mayor grado de amor y respeto que a
ninguna otra persona. Dios mismo, que les impuso la responsabilidad
de guiar las almas puestas bajo su cuidado, ordenó que durante los
primeros años de la vida, los padres estén en lugar de Dios respecto a
sus hijos. El que desecha la legítima autoridad de sus padres, desecha
la autoridad de Dios. El quinto mandamiento no sólo requiere que los
hijos sean respetuosos, sumisos y obedientes a sus padres, sino que
también los amen y sean tiernos con ellos, que alivien sus cuidados,
que escuden su reputación, y que les ayuden y consuelen en su vejez.
También encarga sean considerados con los ministros y gobernantes,
y con todos aquellos en quienes Dios ha delegado autoridad.
Este es, dice el apóstol, “el primer mandamiento con promesa.”
Efesios 6:2
. Para Israel, que esperaba entrar pronto en Canaán, esto
significaba la promesa de que los obedientes vivirían largos años
en aquella buena tierra; pero tiene un significado más amplio, pues
incluye a todo el Israel de Dios, y promete la vida eterna sobre la
tierra, cuando ésta sea librada de la maldición del pecado.
“No matarás.”
Todo acto de injusticia que contribuya a abreviar la vida, el
espíritu de odio y de venganza, o el abrigar cualquier pasión que
se traduzca en hechos perjudiciales para nuestros semejantes o que
nos lleve siquiera a desearles mal, pues “cualquiera que aborrece a
su hermano, es homicida” (
1 Juan 3:15
), todo descuido egoísta que
nos haga olvidar a los menesterosos y dolientes, toda satisfacción
del apetito, o privación innecesaria, o labor excesiva que tienda a
perjudicar la salud; todas estas cosas son, en mayor o menor grado,
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