Página 296 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
tomó a este ser hecho de polvo, a ese hombre de fe poderosa, y lo
puso en la hendidura de una roca, mientras la gloria de Dios y toda
su bondad pasaban delante de él.
Esta experiencia, y sobre todo la promesa de que la divina pre-
sencia le ayudaría, fueron para Moisés una garantía de éxito para la
obra que tenía delante, y la consideró como de mucho más valor que
toda la sabiduría de Egipto, o que todas sus proezas como estadista
o jefe militar. No hay poder terrenal, ni habilidad ni ilustración que
pueda substituir la presencia permanente de Dios.
Para el transgresor es terrible caer en las manos del Dios viviente;
pero Moisés estuvo solo en la presencia del Eterno y no temió,
porque su alma estaba en armonía con la voluntad de su Hacedor. El
salmista dice: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el
Señor no me oyera.” En cambio “el secreto de Jehová es para los que
le temen; y a ellos hará conocer su alianza.”
Salmos 66:18; 25:14
.
La Deidad se proclamó a sí misma: “Jehová, Jehová, fuerte,
misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad
y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la
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iniquidad, la rebelión, y el pecado, y que de ningún modo justificará
al malvado.”
“Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo
y encorvóse.” De nuevo imploró a Dios que perdonara la iniquidad
de su pueblo, y que lo recibiera como su heredad. Su oración fué
contestada. El Señor prometió benignamente renovar su favor hacia
Israel, y hacer por él “maravillas que no han sido hechas en toda la
tierra, ni en nación alguna.”
Cuarenta días con sus noches permaneció Moisés en el monte, y
todo este tiempo, como la primera vez, fué milagrosamente susten-
tado. No se permitió a nadie subir con él, ni durante el tiempo de su
ausencia había de acercarse nadie al monte. Siguiendo la orden de
Dios, había preparado dos tablas de piedra y las había llevado consi-
go a la cúspide del monte; y el Señor otra vez “escribió en tablas las
palabras de la alianza, las diez palabras.” (
Véase el Apéndice, nota
8.
)
Durante el largo tiempo que Moisés pasó en comunión con Dios,
su rostro había reflejado la gloria de la presencia divina. Sin que
él lo supiera, cuando descendió del monte, su rostro resplandecía
con una luz deslumbrante. Ese mismo fulgor iluminó el rostro de