Página 297 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

La idolatría en el Sinaí
293
Esteban cuando fué llevado ante sus jueces; “entonces todos los que
estaban sentados en el concilio, puestos los ojos en él, vieron su
rostro como el rostro de un ángel.”
Hechos 6:15
. Tanto Aarón como
el pueblo se apartaron de Moisés, “y tuvieron miedo de llegarse a
él.” Viendo su terror y confusión, pero ignorando la causa, los instó
a que se acercaran. Les traía la promesa de la reconciliación con
Dios, y la seguridad de haber sido restituídos a su favor. En su voz
no percibieron otra cosa que amor y súplica, y por fin uno de ellos se
aventuró a acercarse a él. Demasiado temeroso para hablar, señaló en
silencio el semblante de Moisés y luego hacia el cielo. El gran jefe
comprendió. Conscientes de su culpa, sintiéndose todavía objeto del
desagrado divino, no podían soportar la luz celestial, que, si hubieran
obedecido a Dios, los habría llenado de gozo. En la culpabilidad hay
[341]
temor. En cambio, el alma libre de pecado no quiere apartarse de la
luz del cielo.
Moisés tenía mucho que comunicarles; y compadecido del temor
del pueblo, se puso un velo sobre el rostro, y desde entonces continuó
haciéndolo cada vez que volvía al campamento después de estar en
comunión con Dios.
Mediante este resplandor, Dios trató de hacer comprender a
Israel el carácter santo y exaltado de su ley, y la gloria del Evangelio
revelado mediante Cristo. Mientras Moisés estaba en el monte, Dios
le dió, no sólo las tablas de la ley, sino también el plan de la salvación.
Vió que todos los símbolos y tipos de la época judaica prefiguraban el
sacrificio de Cristo; y era tanto la luz celestial que brota del Calvario
como la gloria de la ley de Dios, lo que hacía fulgurar el rostro de
Moisés. Aquella divina iluminación era un símbolo de la gloria del
pacto del cual Moisés era el mediador visible, el representante del
único Intercesor verdadero.
La gloria reflejada en el semblante de Moisés representa las
bendiciones que, por medio de Cristo, ha de recibir el pueblo que
observa los mandamientos de Dios. Atestigua que cuanto más estre-
cha sea nuestra comunión con Dios, y cuanto más claro sea nuestro
conocimiento de sus requerimientos, tanto más plenamente seremos
transfigurados a su imagen, y tanto más pronto llegaremos a ser
participantes de la naturaleza divina.
Moisés fué un símbolo de Cristo. Como intercesor de Israel,
veló su rostro, porque el pueblo no soportaba la visión de su glo-