Página 30 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
cielos le servían de techo; la tierra, con sus delicadas flores y su
alfombra de animado verdor, era su piso; y las ramas frondosas
de los hermosos árboles le servían de dosel. Sus paredes estaban
engalanadas con los adornos más esplendorosos, que eran obra de la
mano del sumo Artista.
En el medio en que vivía la santa pareja, había una lección para
todos los tiempos; a saber, que la verdadera felicidad se encuentra,
no en dar rienda suelta al orgullo y al lujo, sino en la comunión
con Dios por medio de sus obras creadas. Si los hombres pusiesen
menos atención en lo superficial y cultivasen más la sencillez, cum-
plirían con mayor plenitud los designios que tuvo Dios al crearlos.
El orgullo y la ambición jamás se satisfacen, pero aquellos que real-
mente son inteligentes encontrarán placer verdadero y elevado en
las fuentes de gozo que Dios ha puesto al alcance de todos.
A los moradores del Edén se les encomendó el cuidado del
huerto, para que lo labraran y lo guardasen. Su ocupación no era
cansadora, sino agradable y vigorizadora. Dios dió el trabajo como
una bendición con que el hombre ocupara su mente, fortaleciera su
cuerpo y desarrollara sus facultades. En la actividad mental y física,
Adán encontró uno de los placeres más elevados de su santa exis-
tencia. Cuando, como resultado de su desobediencia, fué expulsado
de su bello hogar, y cuando, para ganarse el pan de cada día, fué
forzado a luchar con una tierra obstinada, ese mismo trabajo, aunque
muy distinto de su agradable ocupación en el huerto, le sirvió de
salvaguardia contra la tentación y como fuente de felicidad.
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Están en gran error los que consideran el trabajo como una
maldición, si bien éste lleva aparejados dolor y fatiga. A menudo
los ricos miran con desdén a las clases trabajadoras; pero esto está
enteramente en desacuerdo con los designios de Dios al crear al
hombre. ¿Qué son las riquezas del más opulento en comparación
con la herencia dada al señorial Adán? Sin embargo, éste no había de
estar ocioso. Nuestro Creador, que sabe lo que constituye la felicidad
del hombre, señaló a Adán su trabajo. El verdadero regocijo de la
vida lo encuentran sólo los hombres y las mujeres que trabajan. Los
ángeles trabajan diligentemente; son ministros de Dios en favor de
los hijos de los hombres. En el plan del Creador, no cabía la práctica
de la indolencia que estanca al hombre.