Página 31 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La creación
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Mientras permaneciesen leales a Dios, Adán y su compañera
iban a ser los señores de la tierra. Recibieron dominio ilimitado sobre
toda criatura viviente. El león y la oveja triscaban pacíficamente a
su alrededor o se echaban junto a sus pies. Los felices pajarillos
revoloteaban alrededor de ellos sin temor alguno; y cuando sus
alegres trinos ascendían alabando a su Creador, Adán y Eva se unían
a ellos en acción de gracias al Padre y al Hijo.
La santa pareja eran no sólo hijos bajo el cuidado paternal de
Dios, sino también estudiantes que recibían instrucción del omnis-
ciente Creador. Eran visitados por los ángeles, y se gozaban en la
comunión directa con su Creador, sin ningún velo obscurecedor de
por medio. Se sentían pletóricos del vigor que procedía del árbol
de la vida y su poder intelectual era apenas un poco menor que el
de los ángeles. Los misterios del universo visible, “las maravillas
del Perfecto en sabiduría” (
Job 37:16
), les suministraban una fuente
inagotable de instrucción y placer. Las leyes y los procesos de la
naturaleza, que han sido objeto del estudio de los hombres durante
seis mil años, fueron puestos al alcance de sus mentes por el infinito
Forjador y Sustentador de todo. Se entretenían con las hojas, las
flores y los árboles, descubriendo en cada uno de ellos los secretos
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de su vida. Toda criatura viviente era familiar para Adán, desde el
poderoso leviatán que juega entre las aguas hasta el más diminuto
insecto que flota en el rayo del sol. A cada uno le había dado nombre
y conocía su naturaleza y sus costumbres. La gloria de Dios en los
cielos, los innumerables mundos en sus ordenados movimientos,
“las diferencias de las nubes” (
Job 37:16
), los misterios de la luz y
del sonido, de la noche y el día, todo estaba al alcance de la com-
prensión de nuestros primeros padres. El nombre de Dios estaba
escrito en cada hoja del bosque, y en cada piedra de la montaña,
en cada brillante estrella, en la tierra, en el aire y en los cielos. El
orden y la armonía de la creación les hablaba de una sabiduría y un
poder infinitos. Continuamente descubrían algo nuevo que llenaba su
corazón del más profundo amor, y les arrancaba nuevas expresiones
de gratitud.
Mientras permaneciesen fieles a la divina ley, su capacidad de
saber, gozar y amar aumentaría continuamente. Constantemente
obtendrían nuevos tesoros de sabiduría, descubriendo frescos ma-