La enemistad de Satanás hacia la ley
297
lo que modeló el carácter del futuro monarca, y le llevó a oprimir
cruelmente a los hebreos.
Durante los cuarenta años que siguieron a la huída de Moisés de
la tierra de Egipto, la idolatría pareció haber vencido en la lucha. Año
tras año las esperanzas de los israelitas iban desfalleciendo. Tanto
el rey como el pueblo se regocijaban de su poder y se burlaban del
Dios de Israel. Este espíritu creció hasta llegar a su mayor exaltación
en el Faraón a quien enfrentó Moisés. Cuando el caudillo hebreo se
presentó ante el rey con un mensaje de “Jehová, el Dios de Israel,”
no fué su ignorancia acerca del Dios verdadero la que le sugirió la
respuesta, sino que desafió el poder de Dios al responder: “¿Quién es
Jehová, para que yo oiga su voz ...? Yo no conozco a Jehová.” Desde
el principio hasta el fin, la oposición de Faraón al mandato divino
no fué resultado de la ignorancia, sino del odio y de un espíritu de
desafío.
Aunque las egipcios habían rechazado durante tanto tiempo el
conocimiento de Dios, el Señor todavía les ofreció la oportunidad de
arrepentirse. En los días de José, Egipto había servido de asilo para
Israel; Dios había sido honrado en la bondad mostrada a su pueblo;
por lo tanto, el Paciente, tardo para la ira y lleno de compasión, dió
[345]
a cada castigo tiempo para realizar su obra; los egipcios, maldecidos
por las mismas cosas que adoraban, tuvieron evidencia del poder
de Jehová, y todos los que quisieron, pudieron someterse a Dios
y escapar a sus azotes. El fanatismo y la terquedad del rey dieron
por resultado la divulgación del conocimiento de Dios y muchos
egipcios, atraídos a él, se dedicaron a servirle.
Fué porque los israelitas estaban tan dispuestos a unirse con
los paganos y a imitar su idolatría por lo que Dios les había per-
mitido ir a Egipto, donde la influencia de José era grande y donde
las circunstancias eran favorables para permanecer en calidad de
pueblo diferente. Allí, además, la burda idolatría de los egipcios,
y su crueldad y opresión durante la última parte de la estada de
los hebreos entre ellos, hubieran debido inspirar en los israelitas
odio hacia la idolatría, y llevarlos a buscar refugio en el Dios de sus
padres. Pero esas mismas circunstancias fueron convertidas por Sata-
nás en instrumento para lograr sus fines, pues ofuscó la mente de los
israelitas y los indujo a imitar las costumbres paganas. A causa de
la supersticiosa veneración que los egipcios rendían a los animales,