Página 329 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El pecado de Nadab y Abiú
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e impedirla; arrullan al pecador para que se duerma al borde de la
destrucción, se hacen partícipes de su culpa, y asumen una terrible
responsabilidad por su impenitencia. Muchísimos han descendido a
la ruina como resultado de esta falsa y engañosa simpatía.
Nunca hubieran cometido Nadab y Abiú su fatal pecado, si antes
no se hubiesen intoxicado parcialmente bebiendo mucho vino. Sa-
bían que era menester hacer la preparación más cuidadosa y solemne
antes de presentarse en el santuario donde se manifestaba la presen-
cia divina; pero debido a su intemperancia se habían descalificado
para ejercer su santo oficio. Su mente se confundió y se embotaron
sus percepciones morales, de tal manera que no pudieron discernir
la diferencia que había entre lo sagrado y lo común. A Aarón y a
sus hijos sobrevivientes, se les dió la amonestación: “Tú, y tus hijos
contigo, no beberéis vino ni sidra, cuando hubiereis de entrar en
el tabernáculo del testimonio, porque no muráis: estatuto perpetuo
por vuestras generaciones; y para poder discernir entre lo santo y lo
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profano, y entre lo inmundo y lo limpio; y para enseñar a los hijos de
Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho.”
Levítico 10:9-11
.
El consumo de bebidas alcohólicas tiene el efecto de debilitar el
cuerpo, confundir la mente y degradar las facultades morales. Impide
a los hombres comprender la santidad de las cosas sagradas y el
rigor de los mandamientos de Dios. Todos los que ocupaban puestos
de responsabilidad sagrada debían ser hombres estrictamente tem-
perantes, para que tuviesen lucidez para diferenciar entre lo bueno y
lo malo, firmeza de principios y sabiduría para administrar justicia y
manifestar misericordia.
La misma obligación descansa sobre cada discípulo de Cristo.
El apóstol Pedro declara: “Mas vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido.”
1 Pedro 2:9
. Dios re-
quiere que conservemos todas nuestras facultades en las mejores
condiciones, a fin de poder prestar un servicio aceptable a nuestro
Creador. Si se ingieren bebidas intoxicantes, producirán los mismos
efectos que en el caso de aquellos sacerdotes de Israel. La conciencia
perderá su sensibilidad al pecado, y con toda seguridad se sufrirá un
proceso de endurecimiento en lo que toca a la iniquidad, hasta que
lo común y lo sagrado pierda toda diferencia de significado. ¿Cómo
podremos entonces ajustarnos a la norma y a los requerimientos
divinos? “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu