Página 328 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

324
Historia de los Patriarcas y Profetas
Nadie se engañe a sí mismo con la creencia de que una parte
de los mandamientos de Dios no es esencial, o que él aceptará
un substituto en reemplazo de lo que él ha ordenado. El profeta
Jeremías dijo: “¿Quién será aquel que diga, que vino algo que el
Señor no mandó?”
Lamentaciones 3:37
. Dios no ha puesto ningún
mandamiento en su Palabra que los hombres puedan obedecer o
desobedecer a voluntad sin sufrir las consecuencias. Si el hombre
elige cualquier otro camino que no sea el de la estricta obediencia,
encontrará que “su fin son caminos de muerte.”
Proverbios 14:12
.
“Entonces Moisés dijo a Aarón, y a Eleazar, y a Ithamar, sus
hijos: No descubráis vuestras cabezas, ni rasguéis vuestros vestidos,
porque no muráis, ni se levante la ira sobre toda la congregación
... por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros.”
El gran jefe recordó a su hermano las palabras de Dios: “En mis
allegados me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glori-
ficado.”
Levítico 10:6, 7, 3
. Aarón guardó silencio. La muerte de sus
hijos, aniquilados sin ninguna advertencia, por un pecado terrible,
que él reconocía ahora como resultado de su propia negligencia
en el cumplimiento de sus deberes, entristeció angustiosamente el
corazón del padre, pero no expresó sus sentimientos. No debía hacer
ninguna manifestación de dolor que demostrara simpatía por el pe-
cado. No debía obrar en forma que pudiera inducir a la congregación
[376]
a murmurar contra Dios.
El Señor quería enseñar a su pueblo a reconocer la justicia de
sus castigos, para que otros temieran. Había en Israel algunos a
quienes la amonestación de este terrible juicio podría evitar que
abusaran de la tolerancia de Dios hasta el extremo de sellar también
su propio destino. La amonestación divina se hace sentir sobre la
falsa simpatía hacia el pecador, que trata de excusar su pecado. El
pecado adormece la percepción moral, de tal manera que el peca-
dor no comprende la enormidad de su transgresión; y sin el poder
convincente del Espíritu Santo permanece parcialmente ciego en
lo referente a su pecado. Es deber de los siervos de Cristo enseñar
a estos descarriados el peligro en que están. Los que destruyen el
efecto de la advertencia, cegando los ojos de los pecadores para que
no vean el carácter y los verdaderos resultados del pecado, a menudo
se lisonjean de que en esa forma demuestran su caridad; pero lo que
hacen es oponerse directamente a la obra del Espíritu Santo de Dios