Página 346 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
No obstante, a muchos les costaba abandonar el sitio donde
habían acampado por tan largo tiempo. Habían llegado casi a consi-
derarlo como su hogar. Al abrigo de aquellas murallas de granito,
Dios había reunido a su pueblo aparte de todas las demás naciones,
para repetirle su santa ley. Se deleitaban en mirar el sagrado monte,
en cuyos picos blanquecinos y cumbres estériles la divina gloria se
había manifestado ante ellos tantas veces. Ese escenario estaba tan
íntimamente asociado con la presencia de Dios y de los santos ánge-
les que les parecía demasiado sagrado para abandonarlo irreflexiva
o siquiera alegremente.
A la señal de los trompeteros, sin embargo, todo el campamento
se puso en marcha, llevando el tabernáculo en medio, ocupando
cada tribu su sitio señalado, bajo su propia bandera. Todos los ojos
miraron ansiosamente para ver en qué dirección les guiaría la nube.
Cuando se movió hacia el este, donde sólo había sierras negras
y desoladas, un sentimiento de tristeza y de duda se apoderó de
muchos corazones.
A medida que avanzaban, el camino se les hizo más escabro-
so. Iba por hondonadas pedregosas y páramos estériles. Alrededor
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de ellos estaba el gran desierto, estaban en “una tierra desierta y
despoblada, por tierra seca y de sombra de muerte, por una tierra
por la cual no pasó varón, ni allí habitó hombre.”
Jeremías 2:6
. Los
desfiladeros rocallosos, tanto los lejanos como los cercanos, estaban
repletos de hombres, mujeres y niños, con bestias y carros, e hileras
interminables de rebaños y manadas. El progreso de su marcha era
necesariamente lento y trabajoso; y después de haber estado acam-
padas por tanto tiempo, las multitudes no estaban preparadas para
soportar los peligros y las incomodidades de la jornada.
Después de tres días de viaje, se oyeron quejas. Estas se ori-
ginaron entre la turba mixta que abarcaba a mucha gente que no
estaba completamente unida a Israel, sino que se mantenía siempre
alerta para notar cualquier motivo de crítica. A los quejosos no los
satisfacía la dirección que se seguía en la marcha, y constantemente
censuraban la manera en que
Moisés
los dirigía, aunque sabían que,
como ellos mismos, él seguía la nube orientadora. El desafecto es
contagioso y pronto cundió por todo el campamento.
Nuevamente comenzaron a clamar pidiendo carne para comer.
A pesar de que se les había suministrado maná en abundancia, no