Página 348 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

344
Historia de los Patriarcas y Profetas
habrían poseído fuerza física y espiritual. Habrían tenido percepcio-
nes claras y precisas de la verdad y del deber, discernimiento agudo
y sano juicio. Pero no quisieron someterse a las restricciones y a
los mandamientos de Dios, y esto les impidió, en gran parte, llegar
a la alta norma que él deseaba que ellos alcanzasen, y recibir las
bendiciones que él estaba dispuesto a concederles.
[397]
Dice el salmista: “Pues tentaron a Dios en su corazón, pidiendo
comida a su gusto. Y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá poner
mesa en el desierto? He aquí ha herido la peña, y corrieron aguas, y
arroyos salieron ondeando: ¿podrá también dar pan? ¿aparejará carne
a su pueblo? Por tanto oyó Jehová, e indignóse.”
Salmos 78:18-21
.
Las murmuraciones y las asonadas habían sido frecuentes durante
el trayecto del mar Rojo al Sinaí, pero porque se compadecía de su
ignorancia y su ceguedad Dios no castigó el pecado de ellos con sus
juicios. Pero desde entonces se les había revelado en Horeb. Habían
recibido mucha luz, pues habían visto la majestad, el poder y la
misericordia de Dios; y por su incredulidad y descontento incurrieron
en gran culpabilidad. Además, habían pactado aceptar a Jehová
como su rey y obedecer su autoridad. Sus murmuraciones eran ahora
rebelión, y como tal habían de recibir pronto y señalado castigo, si
se quería preservar a Israel de la anarquía y la ruina. “Enardecióse su
furor, y encendióse en ellos fuego de Jehová y consumió el un cabo
del campo.” Véase
Números 11
. Los más culpables de los quejosos
quedaron muertos, fulminados por el rayo de la nube.
Aterrorizado, el pueblo suplicó a Moisés que implorase al Señor
en su favor. Así lo hizo, y el fuego se extinguió. En memoria de este
castigo Moisés llamó aquel sitio Taberah, “incendio.”
Pero la iniquidad empeoró pronto. En vez de llevar a los sobre-
vivientes a la humillación y al arrepentimiento, este temible castigo
no pareció tener en ellos otro fruto que intensificar las murmuracio-
nes. Por todas partes el pueblo se reunía a la puerta de sus tiendas,
llorando y lamentándose. “Y el vulgo que había en medio tuvo un
vivo deseo, y volvieron, y aun lloraron los hijos de Israel, y dijeron:
¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que
comíamos en Egipto de balde, de los cohombros, y de los melones, y
de los puerros, y de las cebollas, y de los ajos: y ahora nuestra alma
se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos.” Así manifestaron su
[398]
descontento con los alimentos que su Creador les proporcionaba. No