Página 349 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Del Sinaí a Cades
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obstante, tenían pruebas constantes de que ese alimento se adaptaba
a sus necesidades; pues a pesar de las tribulaciones que soportaban,
no había una sola persona débil en todas las tribus.
El corazón de Moisés desfalleció. Había suplicado que Israel no
fuese destruído, aun cuando esa destrucción habría permitido que su
propia posteridad se convirtiese en una gran nación. En su amor por
los hijos de Israel, había pedido que su propio nombre fuese borrado
del libro de la vida antes de que se los dejara perecer. Lo había
arriesgado todo por ellos, y ésta era su respuesta. Le achacaban todas
las tribulaciones que pasaban, aun los sufrimientos imaginarios, y
sus murmuraciones inicuas hacían doblemente pesada la carga de
cuidado y responsabilidad bajo la cual vacilaba. En su angustia llegó
hasta sentirse tentado a desconfiar de Dios. Su oración fué casi una
queja: “¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿y por qué no he hallado
gracia en tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre
mí? ... ¿De dónde tengo yo carne para dar a todo este pueblo? porque
lloran a mí, diciendo: Danos carne que comamos. No puedo yo solo
soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía.”
El Señor oyó su oración, y le ordenó convocar a setenta hom-
bres de entre los ancianos de Israel, hombres no sólo entrados en
años, sino que poseyeran dignidad, sano juicio y experiencia. “Y
tráelos—dijo—a la puerta del tabernáculo del testimonio, y esperen
allí contigo. Y yo descenderé y hablaré allí contigo; y tomaré del
espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga
del pueblo, y no la llevarás tú solo.”
El Señor permitió a Moisés que él mismo escogiera los hombres
más fieles y eficientes para que compartieran la responsabilidad
con él. La influencia de ellos serviría para refrenar la violencia
del pueblo y reprimir la insurrección; no obstante, graves males
resultarían eventualmente del ascenso de ellos. Nunca habrían sido
escogidos si Moisés hubiera manifestado una fe correspondiente
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a las pruebas que había presenciado del poder y de la bondad de
Dios. Pero había exagerado sus propios servicios y cargas, y casi
había perdido de vista el hecho de que no era sino el instrumento
por medio del cual Dios había obrado. No tenía excusa por haber
participado, aun en mínimo grado, del espíritu de murmuración que
era la maldición de Israel. Si hubiera confiado por completo en Dios,