La rebelión de Coré
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Todo progreso alcanzado por aquellos a quienes Dios llamó a
dirigir su obra, despertó sospechas; cada una de sus acciones fué
falseada por críticos celosos. Así fué en tiempo de Lutero, Wesley y
otros reformadores, y así sucede hoy.
Coré no hubiera tomado el camino que siguió si hubiera
sabi-
do
que todas las instrucciones y reprensiones comunicadas a Israel
venían de Dios. Pero podría haberlo sabido. Dios había dado eviden-
cias abrumadoras de que dirigía a Israel. Pero Coré y sus compañeros
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rechazaron la luz hasta quedar tan ciegos que las manifestaciones
más señaladas de su poder no bastaban ya para convencerlos. Las
atribuían todas a instrumentos humanos o satánicos. Lo mismo hicie-
ron los que, al día siguiente después de la destrucción de Coré y sus
asociados, fueron a Moisés y Aarón y les dijeron: “Vosotros habéis
muerto al pueblo de Jehová.” A pesar de que en la destrucción de
los hombres que los sedujeron, habían recibido las indicaciones más
convincentes de cuánto desagradaba a Dios el camino que llevaban,
se atrevieron a atribuir sus juicios a Satanás, declarando que por el
poder de éste Moisés y Aarón habían hecho morir hombres buenos
y santos.
Este acto selló su perdición. Habían cometido el pecado contra
el Espíritu Santo, pecado que endurece definitivamente el corazón
del hombre contra la influencia de la gracia divina. “Cualquiera que
hablare contra el Hijo del hombre, le será perdonado: mas cualquiera
que hablare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado” (
Mateo
12:32
), dijo nuestro Salvador cuando las obras de gracia que había
realizado en virtud del poder de Dios fueron atribuídas por los judíos
a Belcebú. Por medio del Espíritu Santo es cómo Dios se comunica
con el hombre; y los que rechazan deliberadamente este instrumento,
considerándolo satánico, han cortado el medio de comunicación
entre el alma y el Cielo.
Por la manifestación de su Espíritu, Dios obra para reprender y
convencer al pecador; y si se rechaza finalmente la obra del Espíritu,
nada queda ya que Dios pueda hacer por el alma. Se empleó el último
recurso de la misericordia divina. El transgresor se aisló totalmente
de Dios; y el pecado no tiene ya cura. No hay ya reserva de poder
mediante la cual Dios pueda obrar para convencer y convertir al
pecador. “Déjalo” (
Oseas 4:17
), es la orden divina. Entonces “ya no
queda sacrificio por el pecado, sino una horrenda esperanza de juicio,