Página 374 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
creían justos, y consideraban a los que habían reprendido fielmente
su pecado como inspirados por Satanás.
¿No subsisten aún los mismos males básicos que ocasionaron
la ruina de Coré? Abundan el orgullo y la ambición y cuando se
abrigan estas tendencias, abren la puerta a la envidia y la lucha
por la supremacía; el alma se aparta de Dios, e inconscientemente
es arrastrada a las filas de Satanás. Como Coré y sus compañeros,
muchos son hoy, aun entre quienes profesan ser seguidores de Cristo,
los que piensan, hacen planes y trabajan tan anhelosamente por su
propia exaltación, que para ganar la simpatía y el apoyo del pueblo,
están dispuestos a tergiversar la verdad, a calumniar y hablar mal de
los siervos del Señor, aun a atribuirles los motivos bajos y ambiciosos
que animan su propio corazón. A fuerza de reiterar la mentira, y eso
contra toda evidencia, llegan finalmente a creer que es la verdad.
Mientras procuran destruir la confianza del pueblo en los hombres
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designados por Dios, creen estar realmente ocupados en una buena
obra y prestando servicio a Dios.
Los hebreos no querían someterse a la dirección y a las restric-
ciones del Señor. Estas los dejaban inquietos, y no querían recibir
reprensiones. Tal era el secreto de las murmuraciones de ellos contra
Moisés. Si se les hubiera dejado hacer su voluntad, habría habido
menos quejas contra su jefe. A través de toda la historia de la iglesia,
los siervos de Dios han tenido que arrostrar el mismo espíritu.
Al ceder al pecado, los hombres dan a Satanás acceso a sus
mentes, y avanzan de una etapa de la maldad a otra. Al rechazar la
luz, la mente se obscurece y el corazón se endurece de tal manera
que les resulta más fácil dar el siguiente paso en el pecado y rechazar
una luz aun más clara, hasta que por fin sus hábitos de hacer el mal
se hacen permanentes. El pecado pierde para ellos su carácter inicuo.
El que predica fielmente la Palabra de Dios y así condena a los
pecados de ellos, es con demasiada frecuencia el objeto directo de su
odio. No queriendo soportar el dolor y el sacrificio necesarios para
reformarse, se vuelven contra los siervos del Señor, y denuncian sus
reprensiones como intempestivas y severas. Como Coré, declaran
que el pueblo no tiene culpa; quien lo reprende es causa de toda la
dificultad. Y aplacando su conciencia con este engaño, los celosos y
desconformes se combinan para sembrar la discordia en la iglesia y
debilitar las manos de los que quieren engrandecerla.