Página 373 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La rebelión de Coré
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mó un incensario, y con él se dirigió apresuradamente al medio de la
congregación, “e hizo expiación por el pueblo.” “Y púsose entre los
muertos y los vivos.” Mientras subía el humo de incienso, también se
elevaban a Dios las oraciones de Moisés en el tabernáculo, y la plaga
se detuvo; pero no antes que catorce mil israelitas yacieran muertos,
como evidencia de la culpabilidad que entraña la murmuración y la
rebelión.
Pero se dió otra prueba de que el sacerdocio se había instituído
en la familia de Aarón. Por orden divina cada tribu preparó una vara,
y escribió su nombre en ella. El nombre de Aarón estaba en la de
Leví. Las varas fueron colocadas en el tabernáculo, “delante del
testimonio.” Véase
Números 17
. El florecimiento de cualquier vara
indicaría que Dios había escogido a esa tribu para el sacerdocio. A
la mañana siguiente “aconteció que ... vino Moisés al tabernáculo
del testimonio; y he aquí que la vara de Aarón de la casa de Leví
había brotado, y echado flores, y arrojado renuevos, y producido
almendras.” Fué mostrada al pueblo, y colocada después en el taber-
náculo como testimonio para las generaciones venideras. El milagro
decidió definitivamente el asunto del sacerdocio.
Quedó plenamente probado que Moisés y Aarón habían hablado
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por autoridad divina; y el pueblo se vió obligado a creer la des-
agradable verdad de que había de morir en el desierto. “He aquí
nosotros somos muertos—dijeron,—perdidos somos, todos nosotros
somos perdidos.” Confesaron que habían pecado al rebelarse contra
sus jefes, y que Coré y sus coasociados habían recibido de Dios un
castigo justo.
En la rebelión de Coré se ve en pequeña escala el desarrollo
del espíritu que llevó a Satanás a rebelarse en el cielo. El orgullo
y la ambición indujeron a Lucifer a quejarse contra el gobierno de
Dios, y a procurar derrocar el orden que había sido establecido en
el cielo. Desde su caída se ha propuesto inculcar el mismo espíritu
de envidia y descontento, la misma ambición de cargos y honores
en las mentes humanas. Así obró en el ánimo de Coré, Datán y
Abiram, para hacerles desear ser enaltecidos, y para incitar en ellos
envidia, desconfianza y rebelión. Satanás les hizo rechazar a Dios
como su jefe, al inducirlos a desechar a los hombres escogidos por
el Señor. No obstante, mientras que, murmurando contra Moisés y
Aarón, blasfemaban contra Dios, se hallaban tan seducidos que se