Página 39 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La tentación y la caída
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Pero el gran Legislador iba a dar a conocer a Adán y a Eva las
consecuencias de su pecado. La presencia divina se manifestó en
el huerto. En su anterior estado de inocencia y santidad solían dar
alegremente la bienvenida a la presencia de su Creador; pero ahora
huyeron aterrorizados, y se escondieron en el lugar más apartado
del huerto. “Y llamó Jehová Dios al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás
tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque
estaba desnudo; y escondíme. Y díjole: ¿Quién te enseñó que estabas
desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?”
Adán no podía negar ni disculpar su pecado; pero en vez de
mostrar arrepentimiento, culpó a su esposa, y de esa manera al mismo
Dios: “La mujer que me
diste
por compañera me dió del árbol, y
yo comí.” El que por amor a Eva había escogido deliberadamente
perder la aprobación de Dios, su hogar en el paraíso y una vida de
eterno regocijo, ahora después de su caída culpó de su transgresión
a su compañera y aun a su mismo Creador. Tan terrible es el poder
del pecado.
Cuando la mujer fué interrogada: “¿Qué es lo que has hecho?”
contestó: “La serpiente me engañó, y comí.” “¿Por qué creaste la
serpiente? ¿Por qué la dejaste entrar en Edén?” Estas eran las pre-
guntas implícitas en sus disculpas por su pecado. Así como Adán,
ella culpó a Dios por su caída. El espíritu de autojustificación se
originó en el padre de la mentira; lo manifestaron nuestros primeros
padres tan pronto como se sometieron a la influencia de Satanás, y
se ha visto en todos los hijos e hijas de Adán. En vez de confesar
humildemente su pecado, tratan de justificarse culpando a otros, a
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las circunstancias, a Dios, y hasta murmuran contra las bendiciones
divinas.
El Señor sentenció entonces a la serpiente: “Por cuanto esto hi-
ciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales
del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días
de tu vida.” Puesto que la serpiente había sido el instrumento de
Satanás, compartiría con él la pena del juicio divino. Después de
ser la más bella y admirada criatura del campo, iba a ser la más
envilecida y detestada de todas, temida y odiada tanto por el hombre
como por los animales. Las palabras dichas a la serpiente se aplican
directamente al mismo Satanás y señalan su derrota y destrucción
final: “Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente