Página 402 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
es nuestro. La fe es la mano de la cual se vale el alma para asir los
ofrecimientos divinos de gracia y misericordia.
Nada excepto la justicia de Cristo puede hacernos merecedores
de una sola de las bendiciones del pacto de la gracia. Muchos son
los que durante largo plazo han deseado obtener estas bendiciones,
pero no las han recibido, porque han creído que podían hacer algo
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para hacerse dignos de ellas. No apartaron las miradas de sí mismos
ni creyeron que Jesús es un Salvador absoluto. No debemos pensar
que nuestros propios méritos nos han de salvar; Cristo es nuestra
única esperanza de salvación. “Y en ningún otro hay salud; porque
no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos.”
Hechos 4:12
.
Cuando confiamos plenamente en Dios, cuando dependemos
de los méritos de Jesús como Salvador que perdona los pecados,
recibimos toda la ayuda que podamos desear. Nadie mire a sí mis-
mo, como si tuviera poder para salvarse. Precisamente porque no
podíamos salvarnos, Jesús murió por nosotros. En él se cifra nuestra
esperanza, nuestra justificación y nuestra justicia. Cuando vemos
nuestra naturaleza pecaminosa, no debemos abatirnos ni temer que
no tenemos Salvador, ni dudar de su misericordia hacia nosotros. En
ese mismo momento, nos invita a ir a él con nuestra debilidad, y ser
salvos.
Muchos de los israelitas no vieron ayuda en el remedio que el
Cielo había designado. Por todas partes, los rodeaban los muertos y
moribundos, y sabían que, sin la ayuda divina, su propia suerte estaba
sellada; pero continuaban lamentándose y quejándose de sus heridas,
de sus dolores, de su muerte segura hasta que sus fuerzas se agotaron,
hasta que los ojos se les pusieron vidriosos, cuando podían haber
sido curados instantáneamente. Si conocemos nuestras necesidades,
no debemos dedicar todas nuestras fuerzas a lamentarnos acerca de
ellas. Aunque nos demos cuenta de nuestra condición impotente
sin Cristo, no debemos ceder al desaliento, sino depender de los
méritos del Salvador crucificado y resucitado. Miremos y viviremos.
Jesús ha empeñado su palabra; salvará a todos los que acudan a él.
Aunque muchos millones de los que necesitan curación rechazarán
la misericordia que les ofrece, a ninguno de los que confían en sus
méritos lo dejará perecer.