Página 401 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El viaje alrededor de Edom
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calamidad le había sobrecogido como consecuencia directa de sus
pecados. También se le aseguró que mientras obedecieran a Dios no
tenían motivo de temor; pues él los preservaría de todo mal.
El alzamiento de la serpiente de bronce tenía por objeto enseñar
una lección importante a los israelitas. No podían salvarse del efecto
fatal del veneno que había en sus heridas. Solamente Dios podía
curarlos. Se les pedía, sin embargo, que demostraran su fe en lo
provisto por Dios. Debían mirar para vivir. Su fe era lo aceptable
para Dios, y la demostraban mirando la serpiente. Sabían que no
había virtud en la serpiente misma, sino que era un símbolo de Cristo;
y se les inculcaba así la necesidad de tener fe en los méritos de él.
Hasta entonces muchos habían llevado sus ofrendas a Dios, creyendo
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que con ello expiaban ampliamente sus pecados. No dependían del
Redentor que había de venir, de quien estas ofrendas y sacrificios
no eran sino una figura o sombra. El Señor quería enseñarles ahora
que en sí mismos sus sacrificios no tenían más poder ni virtud que la
serpiente de bronce, sino que, como ella, estaban destinados a dirigir
su espíritu a Cristo, el gran sacrificio propiciatorio.
“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es nece-
sario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que
en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.”
Juan 3:14,
15
. Todos los que hayan existido alguna vez en la tierra han sentido
la mordedura mortal de “la serpiente antigua, que se llama Diablo y
Satanás.”
Apocalipsis 12:9
. Los efectos fatales del pecado pueden
eliminarse tan sólo mediante lo provisto por Dios. Los israelitas
salvaban su vida mirando la serpiente levantada en el desierto. Aque-
lla mirada implicaba fe. Vivían porque creían la palabra de Dios,
y confiaban en los medios provistos para su restablecimiento. Así
también puede el pecador mirar a Cristo, y vivir. Recibe el perdón
por medio de la fe en el sacrificio expiatorio. En contraste con el
símbolo inerte e inanimado, Cristo tiene poder y virtud en sí para
curar al pecador arrepentido.
Aunque el pecador no puede salvarse a sí mismo, tiene sin em-
bargo algo que hacer para conseguir la salvación. “Al que a mí viene,
no le echo fuera.”
Juan 6:37
. Pero debemos
ir
a él; y cuando nos
arrepentimos de nuestros pecados, debemos creer que nos acepta y
nos perdona. La fe es el don de Dios, pero el poder para ejercitarla