Página 426 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
de sus enemigos había tenido tanto éxito que no sólo estaban los
israelitas participando del culto licencioso en el monte Peor, sino que
comenzaban a practicarse los ritos paganos en el mismo campamento
de Israel. El viejo adalid se llenó de indignación y la ira de Dios se
encendió.
Las prácticas inicuas hicieron para Israel lo que todos los en-
cantamientos de Balaam no habían podido hacer: lo separaron de
Dios. Debido a los castigos que les alcanzaron rápidamente, muchos
reconocieron la enormidad de su pecado. Estalló en el campamento
una terrible pestilencia de la cual decenas de millares cayeron presta-
mente víctimas. Dios ordenó que quienes encabezaron esa apostasía
fuesen ejecutados por los magistrados. La orden se cumplió inme-
diatamente. Los ofensores fueron muertos, y luego se colgaron sus
cuerpos a la vista del pueblo, para que la congregación, al percibir la
severidad con que eran tratados sus cabecillas, adquiriese un sentido
profundo de cuánto aborrecía Dios su pecado y de cuán terrible era
su ira contra ellos.
Todos creyeron que el castigo era justo, y el pueblo se dirigió
apresuradamente al tabernáculo, y con lágrimas y profunda humi-
llación confesó su gran pecado. Mientras lloraba así ante Dios a la
puerta del tabernáculo y la plaga aun hacía su obra de exterminio,
y los magistrados ejecutaban su terrible comisión, Zimri, uno de
los nobles de Israel, vino audazmente al campamento, acompañado
de una ramera madianita, princesa de una familia distinguida de
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Madián, a quien él llevó a su tienda. Nunca se ostentó el vicio más
osada o tercamente. Embriagado de vino, Zimri publicó “su pecado
como Sodoma,” y se enorgulleció de lo que debiera haberle aver-
gonzado. Los sacerdotes y los jefes se habían postrado en aflicción
y humillación, llorando “entre la entrada y el altar” e implorando
al Señor que perdonara a su pueblo y que no entregara su heredad
al oprobio, cuando este príncipe de Israel hizo alarde de su pecado
en presencia de la congregación, como si desafiara la venganza de
Dios y se burlara de los jueces de la nación. Phinees, hijo del sumo
sacerdote Eleazar, se levantó de entre la congregación, y asiendo
una lanza, “fué tras el varón de Israel a la tienda,” y lo mató a él y
a la mujer. Así se detuvo la plaga y el sacerdote que había ejecu-
tado el juicio divino fué honrado ante Israel, y el sacerdocio le fué
confirmado a él y a su casa para siempre.