Página 451 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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El cruce del Jordán
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prometida. Durante la estada en el desierto, había actuado como
primer ministro de Moisés, y por su fidelidad serena y humilde, su
perseverancia cuando otros flaqueaban, su firmeza para sostener la
verdad en medio del peligro, había dado evidencias de su capacidad
para suceder a Moisés aun antes de ser llamado a ese puesto por la
voz de Dios.
Con gran ansiedad y desconfianza de sí mismo, Josué había
mirado la obra que le esperaba; pero Dios eliminó sus temores al
asegurarle: “Como yo fuí con Moisés, seré contigo; no te dejaré, ni
te desampararé.... Tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra,
de la cual juré a sus padres que la daría a ellos.” “Yo os he entregado,
como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de
vuestro pie.” Véase
Josué 1-4
. Había de ser suya toda la tierra que
se extendía hasta las alturas del Líbano en la lejanía, hasta las playas
de la gran mar, y hasta las orillas del Eufrates en el este.
A esta promesa se agregó el mandamiento: “Solamente te es-
fuerces, y seas muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda
la ley que mi siervo Moisés te mandó.” Además le ordenó el Señor:
“El libro de aquesta ley nunca se apartará de tu boca; antes de día
y de noche meditarás en él; no te apartes de ella ni a diestra ni a
siniestra;” “porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te
saldrá bien.”
Los israelitas seguían acampados en la margen oriental del Jor-
dán, y este río presentaba la primera barrera para la ocupación de
Canaán. “Levántate,” había sido el primer mensaje de Dios a Josué,
“y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy
a los hijos de Israel.” No se les dió ninguna instrucción acerca de
cómo habían de cruzar el río. Josué sabía, sin embargo, que el Señor
haría posible para su pueblo la ejecución de cualquier cosa por él
ordenada, y con esta fe el intrépido caudillo inició inmediatamente
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los arreglos pertinentes para avanzar.
A pocas millas más allá del río, exactamente frente al sitio donde
los israelitas estaban acampados, se hallaba la grande y muy forti-
ficada ciudad de Jericó. Era virtualmente la llave de todo el país, y
representaba un obstáculo formidable para el éxito de Israel. Josué
envió, por lo tanto, a dos jóvenes como espías para que visitaran
la ciudad, y para que averiguaran algo acerca de su población, sus
recursos y la solidez de sus fortificaciones. Los habitantes de la