Página 452 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

448
Historia de los Patriarcas y Profetas
ciudad, aterrorizados y suspicaces, se mantenían en constante alerta
y los mensajeros corrieron gran peligro. Fueron, sin embargo, sal-
vados por Rahab, mujer de Jericó que arriesgó con ello su propia
vida. En retribución de su bondad, ellos le hicieron una promesa de
protección para cuando la ciudad fuese conquistada.
Los espías regresaron sin novedad, con las siguientes noticias:
“Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos; y también
todos los moradores del país están desmayados delante de nosotros.”
Se les había dicho en Jericó: “Hemos oído que Jehová hizo secar
las aguas del mar Bermejo delante de vosotros, cuando salisteis de
Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los Amorrheos que
estaban de la parte de allá del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales
habéis destruído. Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni
ha quedado más espíritu en alguno por causa de vosotros: porque
Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra.”
Se ordenó entonces que se hiciesen los preparativos para el avan-
ce. El pueblo había de abastecerse de alimentos para tres días, y
el ejército había de ponerse en pie de guerra para la batalla. Todos
aceptaron de corazón los planes de su jefe y le aseguraron su con-
fianza y su apoyo: “Nosotros haremos todas las cosas que nos has
mandado, e iremos adonde quiera que nos mandares. De la manera
que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a
ti; solamente Jehová tu Dios sea contigo, como fué con Moisés.”
[517]
Abandonando su campamento en los bosques de acacias de
Sittim, el ejército descendió a la orilla del Jordán. Todos sabían, sin
embargo, que sin la ayuda divina no podían esperar cruzar el río.
Durante esa época del año, la primavera, las nieves derretidas de las
montañas habían hecho crecer tanto el Jordán que el río se había
desbordado, y era imposible cruzarlo en los vados acostumbrados.
Dios quería que el cruce del Jordán por Israel fuese milagroso.
Por orden divina, Josué mandó al pueblo que se santificase; debía
poner a un lado sus pecados y librarse de toda impureza exterior;
“porque—dijo—Jehová hará mañana entre vosotros maravillas.” El
“arca del pacto” había de encabezar el ejército y abrirle paso. Para
cuando vieran ese distintivo de la presencia de Jehová, cargado por
los sacerdotes, moverse de su sitio en el centro del campamento
y avanzar hacia el río, la orden era: “Vosotros partiréis de vuestro
lugar, y marcharéis en pos de ella.” Las circunstancias del cruce