Página 459 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La caída de Jericó
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Todos los habitantes de la ciudad, con toda alma viviente que
contenía, “hombres y mujeres, mozos y viejos, hasta los bueyes, y
ovejas, y asnos” fueron pasados a cuchillo. Sólo la fiel Rahab, con
todos los de su casa, se salvó, en cumplimiento de la promesa hecha
por los espías. La ciudad misma fué incendiada; sus palacios y sus
templos, sus magníficas moradas, con todo su moblaje de lujo, las
ricas cortinas y la costosa indumentaria, todo fué entregado a las
llamas. Lo que no pudo ser destruído por el fuego, “toda la plata, y
el oro, y vasos de metal y de hierro,” había de dedicarse al servicio
del tabernáculo. El sitio mismo de la ciudad fué maldito; jamás se
había de construir a Jericó como fortaleza; una amenaza de severos
castigos pesaba sobre cualquiera que intentase restaurar las murallas
destruídas por el poder divino. Se hizo la solemne declaración en
presencia de todo Israel: “Maldito delante de Jehová el hombre que
se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. En su primogénito
eche sus cimientos, y en su menor asiente sus puertas.”
[525]
La destrucción total de los habitantes de Jericó no fué sino el
cumplimiento de las órdenes dadas previamente por medio de Moi-
sés con respecto a las naciones de los habitantes de Canaán: “Del
todo las destruirás.” “De las ciudades de estos pueblos, ... ninguna
persona dejarás con vida.”
Deuteronomio 7:2; 20:16
. Muchos con-
sideran estos mandamientos como contrarios al espíritu de amor y
de misericordia ordenado en otras partes de la Biblia; pero eran en
verdad dictados por la sabiduría y bondad infinitas. Dios estaba por
establecer a Israel en Canaán, para desarrollarlo en una nación y un
gobierno que fuesen una manifestación de su reino en la tierra. No
sólo habían de ser los israelitas herederos de la religión verdadera,
sino que habían de difundir sus principios por todos los ámbitos
del mundo. Los cananeos se habían entregado al paganismo más
vil y degradante; y era necesario limpiar la tierra de lo que con
toda seguridad habría de impedir que se cumplieran los bondadosos
propósitos de Dios.
A los habitantes de Canaán se les habían otorgado amplias opor-
tunidades de arrepentirse. Cuarenta años antes, la apertura del mar
Rojo y los juicios caídos sobre Egipto habían atestiguado el poder
supremo del Dios de Israel. Y ahora la derrota de los reyes de Ma-
dián, Galaad y Basán, había recalcado aún más que Jehová superaba
a todos los dioses. Los juicios que cayeron sobre Israel a causa