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Historia de los Patriarcas y Profetas
paso a través del Jordán. No sabían qué otros milagros podría hacer
Dios por ellos.
Durante seis días, la hueste de Israel dió una vuelta por día
alrededor de la ciudad. Llegó el séptimo día, y al primer rayo del sol
naciente, Josué movilizó los ejércitos del Señor. Les dió la orden de
marchar siete veces alrededor de Jericó, y cuando oyesen el fuerte
tañido de las trompetas, gritasen en alta voz, porque Dios les había
dado la ciudad.
Solemnemente el inmenso ejército marchó alrededor de las mu-
rallas condenadas. Reinaba el silencio; sólo se oía el paso lento y
uniforme de muchos pies y el sonido ocasional de las trompetas, que
perturbaba la tranquilidad de la madrugada.
Las murallas macizas de piedra sólida parecían desafiar el asedio
de los hombres. Los que vigilaban en las murallas observaron con
temor creciente, que cuando terminó la primera vuelta, se realizó la
segunda, y luego la tercera, la cuarta, la quinta y la sexta. ¿Qué objeto
podrían tener estos movimientos misteriosos? ¿Qué gran aconte-
cimiento estaría a punto de producirse? No tuvieron que esperar
mucho tiempo. Cuando acabó la séptima vuelta, la larga procesión
hizo alto. Las trompetas, que por algún tiempo habían callado, pro-
rrumpieron ahora en un ruido atronador que hizo temblar la tierra
misma. Las paredes de piedra sólida, con sus torres y almenas maci-
zas, se estremecieron y se levantaron de sus cimientos, y con grande
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estruendo cayeron desplomadas a tierra en ruinas. Los habitantes
de Jericó quedaron paralizados de terror, y los ejércitos de Israel
penetraron en la ciudad y tomaron posesión de ella.
Los israelitas no habían ganado la victoria por sus propias fuer-
zas; la victoria había sido totalmente del Señor; y como primicias
de la tierra, la ciudad, con todo lo que ella contenía, debía dedicarse
como sacrificio a Dios. Debía recalcarse en la mente de los israelitas
que en la conquista de Canaán ellos no habían de pelear por sí mis-
mos, sino como simples instrumentos para ejecutar la voluntad de
Dios; no habían de procurar riquezas o exaltación personal, sino la
gloria de Jehová su Rey. Antes de la toma de Jericó se les había dado
la orden: “La ciudad será anatema a Jehová, ella con todas las cosas
que están en ella.” “Guardaos vosotros del anatema, que ni toquéis,
ni toméis alguna cosa del anatema, porque no hagáis anatema el
campo de Israel, y lo turbéis.”