Página 46 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
¡Oh, el misterio de la redención! ¡El amor de Dios hacia un mundo
que no le amaba! ¿Quién puede comprender la profundidad de ese
amor “que excede a todo conocimiento”? Al través de los siglos sin
fin, las mentes inmortales, tratando de entender el misterio de ese
incomprensible amor, se maravillarán y adorarán a Dios.
Dios se iba a manifestar en Cristo, “reconciliando el mundo a sí.”
2 Corintios 5:19
. El hombre se había envilecido tanto por el pecado
que le era imposible por sí mismo ponerse en armonía con Aquel
cuya naturaleza es bondad y pureza. Pero después de haber redimido
al mundo de la condenación de la ley, Cristo podría impartir poder
divino al esfuerzo humano. Así, mediante el arrepentimiento ante
Dios y la fe en Cristo, los caídos hijos de Adán podrían convertirse
nuevamente en “hijos de Dios.”
1 Juan 3:2
.
El único plan que podía asegurar la salvación del hombre afec-
taba a todo el cielo en su infinito sacrificio. Los ángeles no podían
regocijarse mientras Cristo les explicaba el plan de redención, pues
veían que la salvación del hombre iba a costar indecible angustia a
su amado Jefe. Llenos de asombro y pesar, le escucharon cuando
les dijo que debería bajar de la pureza, paz, gozo, gloria y vida in-
mortal del cielo, a la degradación de la tierra, para soportar dolor,
vergüenza y muerte. Se interpondría entre el pecador y la pena del
pecado, pero pocos le recibirían como el Hijo de Dios. Dejaría su
elevada posición de Soberano del cielo para presentarse en la tierra,
y humillándose como hombre, conocería por su propia experiencia
las tristezas y tentaciones que el hombre habría de sufrir. Todo esto
era necesario para que pudiese socorrer a los que iban a ser tentados.
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Hebreos 2:18
. Cuando hubiese terminado su misión como maestro,
sería entregado en manos de los impíos y sometido a todo insulto
y tormento que Satanás pudiera inspirarles. Sufriría la más cruel
de las muertes, levantado en alto entre la tierra y el cielo como un
pecador culpable. Pasaría largas horas de tan terrible agonía, que los
ángeles se habrían de velar el rostro para no ver semejante escena.
Mientras la culpa de la transgresión y la carga de los pecados del
mundo pesaran sobre él, tendría que sufrir angustia del alma y hasta
su Padre ocultaría de él su rostro.
Los ángeles se postraron de hinojos ante su Soberano y se ofre-
cieron ellos mismos como sacrificio por el hombre. Pero la vida de
un ángel no podía satisfacer la deuda; solamente Aquel que había