Página 461 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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La caída de Jericó
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Poco después de la caída de Jericó, Josué decidió atacar a Hai,
ciudad pequeña situada entre las hondonadas a pocos kilómetros al
oeste del valle del Jordán. Los espías que se enviaron a este sitio
trajeron el informe de que los habitantes eran pocos, y que bastaría
una fuerza pequeña para conquistarla.
La gran victoria que Dios había ganado por ellos había llenado
de confianza propia a los israelitas. Por el hecho de que les había
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prometido la tierra de Canaán, se sentían seguros y perdieron de
vista que sólo la divina ayuda podía darles éxito. Aun Josué hizo sus
planes para la conquista de Hai sin pedir el consejo de Dios.
Los israelitas habían comenzado a ensalzar su propia fuerza y a
mirar despectivamente a sus enemigos. Esperaban obtener la victoria
con facilidad, y creyeron que bastarían tres mil hombres para tomar
el lugar. Estos se precipitaron al ataque sin tener la seguridad de que
Dios estaría con ellos. Avanzaron hasta muy cerca de las puertas de
la ciudad, tan sólo para encontrarse con la más resuelta resistencia.
Dominados por el pánico que les infundieron el crecido número y
la preparación esmerada de sus enemigos, huyeron confusamente
por la escarpada bajada. Los cananeos los persiguieron vivamente;
“y siguiéronlos desde la puerta, ... y los rompieron en la bajada.”
Aunque la pérdida fué pequeña en cuanto al número de hombres,
pues sólo treinta y seis hombres perecieron, la derrota descorazonó a
toda la congregación. “Por lo que se disolvió el corazón del pueblo, y
vino a ser como agua.” Era la primera vez que se habían encontrado
con los cananeos en batalla campal, y si habían huído ante los
defensores de esa ciudad pequeña, ¿cuál sería el resultado de las
grandes batallas que les esperaban? Josué consideró su fracaso como
una expresión del desagrado de Dios, y con angustia y aprensión
“rompió sus vestidos, postróse en tierra sobre su rostro delante del
arca de Jehová hasta la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron
polvo sobre sus cabezas.”
“¡Ah, Señor Jehová!—exclamaba—¿Por qué hiciste pasar a este
pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los Amorrheos,
que nos destruyan? ... ¡Ay Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuel-
to las espaldas delante de sus enemigos? Porque los cananeos y
todos los moradores de la tierra oirán, y nos cercarán y raerán nues-
tro nombre de sobre la tierra; entonces ¿qué harás tú a tu grande
nombre?”