Página 467 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Capítulo 46—Las bendiciones y las maldiciones
Este capítulo está basado en Josué 8.
Una vez ejecutada la sentencia dictada contra Acán, Josué re-
cibió la orden de convocar a todos los guerreros, y nuevamente
avanzar contra Hai. El poder de Dios estaba con su pueblo, y pronto
estuvieron en posesión de la ciudad.
Se suspendieron entonces las operaciones militares, para que
todo Israel participara en un servicio religioso solemne. El pueblo
anhelaba establecerse en Canaán; aun no tenían casas ni tierras
para sus familiares, y para lograrlas tenían que desalojar a los cana-
neos; pero esta obra importante había de postergarse, pues un deber
superior exigía su atención inmediata.
Antes de tomar posesión de su herencia, debían renovar su pacto
de lealtad con Dios. En las últimas instrucciones dadas a Moisés,
se ordenó dos veces que se realizase una convocación de todas las
tribus en los montes de Ebal y Gerizim para reconocer solemnemente
la ley de Dios. En acatamiento de estas órdenes, todos los de la
congregación, no solamente los hombres, sino también las “mujeres
y niños, y extranjeros que andaban entre ellos” (
Josué 8:30-35
),
dejaron su campamento de Gilgal, y atravesaron la tierra de sus
enemigos hasta el valle de Siquem, casi al centro del país. Aunque
rodeados de enemigos no vencidos todavía, estaban seguros bajo
la protección de Dios siempre que le fueran fieles. Entonces, como
en los días de Jacob, “el terror de Dios fué sobre las ciudades que
había en sus alrededores” (
Génesis 35:5
), y los hebreos no fueron
molestados.
El sitio designado para este solemne servicio les era ya sagrado
por su relación con la historia de sus padres. Allí había levantado
Abrahán su primer altar a Jehová en la tierra de Canaán. Allí habían
hincado sus tiendas tanto Abrahán como Jacob. Allí había comprado
este último el campo en el cual las tribus habían de dar sepultura al
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