Página 468 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
cuerpo de José. Allí también estaba el pozo que Jacob había cavado,
y la encina bajo la cual éste había enterrado los ídolos de su casa.
El punto escogido era uno de los más bellos de Palestina, y muy
digno de ser el lugar donde se había de representar esta escena gran-
diosa e imponente. Entre las colinas áridas se extendía el atrayente
y primoroso valle, cuyos campos verdes salpicados de olivares y
enjoyados de flores silvestres eran regados por arroyos provenientes
de manantiales vivos. Allí el Ebal y el Gerizim, en ambos lados
opuestos del valle, parecen acercarse el uno al otro y sus estriba-
ciones forman un púlpito natural, pues las palabras pronunciadas
desde uno de ellos se oyen perfectamente en el otro, mientras que
las laderas de las montañas ofrecen suficiente espacio para una vasta
congregación.
De acuerdo con las indicaciones dadas a Moisés, se erigió un
monumento de enormes piedras sobre el monte Ebal. Sobre estas
piedras, revocadas previamente con argamasa, se escribió la ley,
no solamente los diez preceptos pronunciados desde el Sinaí y es-
culpidos en las tablas de piedra, sino también las leyes que fueron
comunicadas a Moisés y escritas por él en un libro. A un lado de este
monumento se construyó un altar de piedra sin labrar, sobre el cual
se ofrecieron sacrificios al Señor. El hecho de que se haya construído
el altar en Ebal, el monte sobre el cual recayó la maldición, resulta
muy significativo, pues daba a entender que por haber violado la ley
de Dios, Israel había provocado su ira, y que ésta le alcanzaría de
inmediato si no fuera por la expiación de Cristo, representada por el
altar del sacrificio.
Seis de las tribus—todas ellas descendientes de Lea y Raquel—
se situaron en el monte de Gerizim; mientras que las tribus descen-
dientes de las siervas, juntamente con las de Rubén y Zabulón, se
colocaron en el monte Ebal, y los sacerdotes que llevaban el arca
ocuparon el valle que quedaba entre las tribus. Se pidió silencio me-
diante el toque de la trompeta anunciadora; y luego en la profunda
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quietud reinante y en presencia de la enorme congregación, Josué,
de pie al lado del arca santa, leyó las bendiciones que habían de
seguir a la obediencia de la ley de Dios. Todas las tribus del monte
Gerizim respondieron: Amén. Leyó después las maldiciones, y las
tribus que estaban en el monte Ebal, indicaron de igual manera su
asentimiento, uniéndose miles y miles de voces como una sola en la