Página 490 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

486
Historia de los Patriarcas y Profetas
Josué puso al mismo pueblo como testigo de que, siempre que
ellos habían cumplido con las condiciones, Dios había cumplido
fielmente las promesas que les hiciera. “Reconoced, pues, con todo
vuestro corazón, y con toda vuestra alma, que no se ha perdido una
sola palabra de las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había
dicho de vosotros,” les dijo. Les declaró, además, que así como el
Señor había cumplido sus promesas, así cumpliría sus amenazas.
“Mas será, que como ha venido sobre vosotros toda palabra buena
que Jehová vuestro Dios os había dicho, así también traerá Jehová
sobre vosotros toda palabra mala.... Cuando traspasareis el pacto de
Jehová, ... el furor de Jehová se inflamará contra vosotros, y luego
pereceréis de aquesta buena tierra que él os ha dado.”
Satanás engaña a muchos con la plausible teoría de que el amor
de Dios hacia sus hijos es tan grande que excusará el pecado de
ellos; asevera que si bien las amenazas de la Palabra de Dios tien-
den a servir ciertos fines en su gobierno moral, no se cumplirán
literalmente. Pero en todo su trato con los seres que creó, Dios ha
mantenido los principios de la justicia mediante la revelación del
pecado en su verdadero carácter, y ha demostrado que sus verda-
deras consecuencias son la desgracia y la muerte. Nunca existió el
perdón incondicional del pecado, ni existirá jamás. Un perdón de
esta naturaleza sería el abandono de los principios de justicia que
constituyen los fundamentos mismos del gobierno de Dios. Llenaría
de consternación al universo inmaculado. Dios ha indicado fielmente
los resultados del pecado, y si estas advertencias no fuesen la verdad,
¿cómo podríamos estar seguros de que sus promesas se cumplirán?
La así llamada benevolencia que quisiera hacer a un lado la justicia,
no es benevolencia, sino debilidad.
Dios es quien da la vida. Desde el principio, todas sus leyes
fueron ordenadas para favorecer la vida. Pero el pecado destruyó
[561]
sorpresivamente el orden que Dios había establecido, y como conse-
cuencia, vino la discordia. Mientras exista el pecado, los sufrimientos
y la muerte serán inevitables. Únicamente porque el Redentor llevó
en nuestro lugar la maldición del pecado puede el hombre esperar
escapar en su propia persona a sus funestos resultados.
Antes de la muerte de Josué, los jefes y representantes de las tri-
bus, obedeciendo a su convocación, se reunieron otra vez en Siquem.
Ningún otro lugar del país evocaba tantos recuerdos sagrados, pues