Página 491 - Historia de los Patriarcas y Profetas (1954)

Basic HTML Version

Las últimas palabras de Josué
487
les hacía rememorar el pacto de Dios con Abrahán y Jacob, así como
los votos solemnes que ellos mismos habían pronunciado al entrar en
Canaán. Allí estaban los montes Ebal y Gerizim, testigos silenciosos
de aquellos votos que ahora venían a renovar en presencia de su
jefe moribundo. Por doquiera había evidencias de lo que Dios había
hecho por ellos; de cómo les había dado una tierra por la cual no ha-
bían tenido que trabajar, ciudades que no habían edificado, viñedos
y olivares que ellos no habían plantado. Josué repasó nuevamente la
historia de Israel y relató las obras maravillosas de Dios, para que
todos comprendieran su amor y misericordia, y le sirvieran “con
integridad y en verdad.”
Por indicación de Josué, se había traído el arca de Silo. Era una
ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba
a profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo.
Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el
nombre de Jehová a que decidieran a quien querían servir. El culto
de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y
Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara
este pecado de Israel. “Y si mal os parece servir a Jehová—dijo él,—
escogeos hoy a quien sirváis.” Josué deseaba lograr que sirvieran
a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente. El amor a Dios es el
fundamento mismo de la religión. De nada valdría dedicarse a su
servicio meramente por la esperanza del galardón o por el temor
al castigo. Una franca apostasía no ofendería más a Dios que la
[562]
hipocresía y un culto de mero formalismo.
El anciano jefe exhortó a los israelitas a que consideraran en
todos sus aspectos lo que les había expuesto y a que decidieran
si realmente querían vivir como vivían las naciones idólatras y
degradadas que habitaban alrededor de ellos. Si les parecía mal servir
a Jehová, fuente de todo poder y de toda bendición, podían en ese
día escoger a quien querían servir, “a los dioses a quienes sirvieron
vuestros padres,” de los que Abrahán fué llamado a apartarse, o “a
los dioses de los Amorrheos en cuya tierra habitáis.”
Estas últimas palabras eran una severa reprensión para Israel. Los
dioses de los amorreos no habían podido proteger a sus adoradores.
A causa de sus pecados abominables y degradantes, aquella nación
impía había sido destruída, y la buena tierra que una vez poseyera
había sido dada al pueblo de Dios. ¡Qué insensatez sería la de Israel