Sansón
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vid que da vino; no beberá vino ni sidra, y no comerá cosa inmunda:
ha de guardar todo lo que le mandé.”
Dios tenía una obra importante reservada para el hijo prometido
a Manoa, y a fin de asegurarle las cualidades indispensables para
esta obra, debían reglamentarse cuidadosamente los hábitos tanto
de la madre como del hijo. La orden del ángel para la mujer de
Manoa fué: “No beberá vino ni sidra, y no comerá cosa inmunda:
ha de guardar lo que le mandé.” Los hábitos de la madre influirán
en el niño para bien o para mal. Ella misma debe regirse por buenos
principios y practicar la temperancia y la abnegación, si procura el
bienestar de su hijo. Habrá malos consejeros que dirán a la madre
que le es necesario satisfacer todo deseo e impulso; pero semejante
enseñanza es falsa y perversa. La madre se halla por orden de Dios
mismo bajo la obligación más solemne de ejercer dominio propio.
Tanto los padres como las madres están comprendidos en esta
responsabilidad. Ambos padres transmiten a sus hijos sus propias
características, mentales y físicas, su temperamento y sus apetitos.
Con frecuencia, como resultado de la intemperancia de los padres,
los hijos carecen de fuerza física y poder mental y moral. Los que
beben alcohol y los que usan tabaco pueden transmitir a sus hijos sus
deseos insaciables, su sangre inflamada y sus nervios irritables, y se
los transmiten en efecto. Los licenciosos legan a menudo sus deseos
pecaminosos, y aun enfermedades repugnantes, como herencia a
su prole. Como los hijos tienen menos poder que sus padres para
resistir la tentación, hay en cada generación tendencia a rebajarse
más y más. Los padres son responsables, en alto grado, no solamente
por las pasiones violentas y los apetitos pervertidos de sus hijos, sino
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también por las enfermedades de miles que nacen sordos, ciegos,
debilitados o idiotas.
La pregunta de todo padre y madre debe ser: “¿Cómo obraremos
con el niño que nos ha de nacer?” Muchos han considerado liviana-
mente el efecto de las influencias prenatales; pero las instrucciones
enviadas por el Cielo a aquellos padres hebreos, y dos veces repe-
tidas en la forma más explícita y solemne, nos indican cómo mira
nuestro Creador el asunto.
Y no bastaba que el niño prometido recibiera de sus padres un
buen legado. Este debía ir seguido por una educación cuidadosa y
la formación de buenos hábitos. Dios mandó que el futuro juez y